Una conversación con Lorena Wolffer (2014)

En 2014, con ocasión del proyecto Mírame a los ojos en Ex Teresa Arte Actual, Ciudad de México, entrevisté a Lorena Wolffer y hablamos sobre arte, feminismo y la situación que se vivía entonces allí. En estos casi diez años han cambiado muchas cosas: las mujeres mexicanas se han movilizado contra la violencia machista que azota de manera impune a esta sociedad, aunque la lucha contra el feminicidio sigue teniendo escaso éxito. El mundo del arte poco a poco otorga un merecido reconocimiento al trabajo de Lorena, que en 2015 tuvo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno y cuya obra forma parte hoy de la colección del MUAC. Y en términos más generales, el feminismo ha dejado de ser una asignatura pendiente del arte mexicano, gracias a figuras como ella o Mónica Mayer, entre otras.

Creo que es interesante recuperar aquella entrevista, ahora que Lorena Wolffer vuelve a Madrid para realizar una performance junto a su hija Kira, en el programa Visión y presencia, curado por Semíramis González en el museo Thyssen-Bornemisza (22 de marzo de 2023), y participa en la exposición Luchadoras, mujeres en la colección MUAC, en la Casa de México en Madrid (hasta el 21 de mayo de 2023).


Antimuseo: Cuando llegué a México en 1996, encontré una escena muy interesante, y creo que excepcional y que tenía mucho sentido, de performance feminista, o al menos de performance que reflexionaba sobre el género y la condición femenina. Me refiero a artistas como Andrea Ferreyra, Katia Tirado, Lorena Méndez y tú misma, claro, entre otras muchas. ¿Qué valoración puedes hacer ahora, con la perspectiva del tiempo, de aquel momento o de aquella generación, si se puede llamar así?

Lorena Wolffer: Yo creo que el tema de las mujeres y el performance en los 90 es bien interesante; es cierto que hubo una especie de boom y que fue un momento importante, más que un movimiento. Incluso Mónica Mayer recogió lo que sucedió en el libro Rosa Chillante, en el que incluye la obra de muchas de las performanceras que trabajábamos entonces. Pero si bien había una preocupación por temas relacionados con las mujeres y el género, nunca fueron planteamientos feministas en forma. Yo creo que hay una diferencia entre el trabajo que Mónica y Maris Bustamante produjeron en los 80 y lo que sucedió una década más tarde. Porque, además, entonces eran sólo ellas. No sé si conoces la historia de cuando formaron Polvo de Gallina Negra, que llamaron de esa forma porque habían tratado de colaborar con otras mujeres y nadie quiso, y cuando lanzaron la invitación a formar un colectivo tampoco hubo respuesta. El caso es que formaron un colectivo de dos y dijeron: ‘por aquello del mal de ojo que nos van a echar, que ya sabemos que viene, nos llamamos polvo de Gallina Negra, anticipando’. Mónica me ha contado que años antes, cuando los Grupos estaban en pleno auge, todo iba bien hasta que alguien le preguntó a las mujeres cómo pensaban apoyar a su parejas hombres; entonces se dieron cuenta de que no estaban en igualdad de circunstancias y que se esperaban cosas distintas de ellas. En resumen y para insertarnos en la historia, el trabajo de Maris y Mónica fue fundamental porque hablaba de temas abiertamente feministas, y con feministas me refiero a una postura pero también a la información que manejaban, porque disponían de todo un bagaje teórico e ideológico (Mónica, por ejemplo, había estado en el Women’s Building de Los Ángeles, un espacio dedicado al arte feminista que se fundó en 1973).

Pero yo creo que una cosa fue aquello y otra muy diferente lo que sucedió en los 90. En los 90 confluyeron una serie de preocupaciones individuales, pero que no necesariamente se insertaban en un discurso feminista, sino más bien en el marco teórico del performance y del uso del cuerpo que esta disciplina supone. Un ejemplo son las piezas de Katia Tirado: ‘Día 28’ giraba en torno a la ovulación y los ciclos menstruales, y en ‘Exhivilización o Las Perras en Celo – Nichos Púbicos ’ dos mujeres luchaban por la idea del macho sobre un ring de lucha libre. Los postes del ring eran unos falos enormes con cohetes dentro y la pelea era por llegar a ellos, prenderlos y producir una enorme y luminosa eyaculación. Por su parte, el trabajo de Andrea Ferreyra, ‘Chuchita la Boxeadora’ se centraba en el personaje de una boxeadora con todo lo que eso suponía en lo que se refiere a los avances de la posición y los derechos de las mujeres, pero era una luchadora que al final perdía. Trataba de hablar pero no podía porque tenía el protector bucal, intentaba agarrar algo pero no lo lograba con los guantes de box… Entonces terminaba reproduciendo y regresando a la discriminación de las mujeres que se pensaba ya estaba quedando en el pasado.

Todo esto para decir que fue una confluencia interesante, muy potente, pero no estaba basada en una plataforma de pensamiento o cuestionamiento feminista. Tiempo después Katia empezó a trabajar en otro tipo de cosas, Andrea prácticamente ha dejado de producir obra, Lorena Méndez está más interesada en el trabajo con personas en situación de encierro en cárceles… Como decía, creo que el momento tuvo más que ver con el performance, con lo que el performance puso sobre la mesa, que con el feminismo.

Antimuseo: Sin embargo, y salvo por los esfuerzos documentales e historiográficos de Mónica Mayer, esta reflexión sobre la mujer apenas ha tenido lugar en el gran relato que se ha ido construyendo en torno al arte mexicano de los 90. Incluso en aquel Mexican Moment, ya fábula de fuentes como diría el poeta, la representación de las artistas que estaban planteando preguntas sobre la condición femenina, el cuerpo de la mujer, etc., es prácticamente nula. Pero además todo esto que me estás diciendo me hace pensar que quizás uno de los problemas que se da en aquel momento es que no se construye un discurso crítico que dé sentido a esas prácticas, que permita conectarlas en una determinada dirección. Pienso que uno de los muchos mecanismos de discriminación que operan en el mundo de la cultura es precisamente invisibilizar lo que no interesa excluyéndolo del espacio teórico. Entonces hay dos aspectos: ¿Faltó en los 90 un esfuerzo crítico que permitiese enfocar estas prácticas, como lo fue Curare para la renovación de los lenguajes? Y luego, ¿por qué en el relato a posteriori se han invisibilizado?

Lorena Wolffer: Vamos a regresarnos tantito para aclarar una cosa: lo que decía antes acerca de la falta de una plataforma teórica no significa que no hubiera una respuesta a la opresión y discriminación sistemática de las mujeres en los trabajos que hacíamos entonces. Asumimos una postura de decir: estamos trabajando con el performance que está ubicado en el cuerpo y, por tanto, nos obliga a cuestionar cómo están inscritos nuestros propios cuerpos. Nuestra respuesta era nuestra propia obra.

Sin embargo, yo creo que en efecto sí faltó una mirada crítica sobre nuestro quehacer, porque existía el registro que llevaban personas como Mónica y ciertos periódicos, pero no había un diálogo ni una elaboración teórica de lo que estábamos haciendo. Lo grave es que no lo había entonces y tampoco lo hay ahora. No había crítica para el performance ni de mujeres, ni de hombres, ni de nada, y sigue sin haberla, tanto que la producción de performance es lo que es hoy, sin más comentarios. Nunca generamos un sistema, un espacio o un mecanismo que pudiera analizar y desmembrar qué funcionaba, por qué y cómo.

Dicho esto, por supuesto que creo que en general hubo y sigue habiendo un esfuerzo por invisibilizar una serie de prácticas que son incómodas para un sistema. Lo que hicimos entonces quedó grabado en un par de libros, en el archivo de Pinto mi Raya, en algunas tesis y… no hay más. Fue entonces cuando se empezaron a privilegiar una serie de prácticas que tenían que ver con formar parte del mundo del arte a nivel global, de que México empezara a existir en el mapa del mundo del arte, y eso suponía dejar de lado, ignorar o invisibilizar ciertos trabajos en aras de complacer a esa nueva mirada que estaba descubriendo lo que se hacía en México.

Y eso dejó de lado al performance pero también muchas otras cosas. No creo que haya sido una asunto dirigido contra esta disciplina en específico; sabemos que una de las más eficaces técnicas de la discriminación consiste en privilegiar algo y que ese acto mismo invalide y desaparezca todo lo demás.

Pero lo que creo que sí es importante aclarar es que si en los 90 decíamos que había que crear los espacios para mostrar lo que hacíamos —porque esa era la premisa, que los espacios no estaban dados y por tanto era nuestra responsabilidad generarlos—, también tendríamos que haber originado un espacio crítico. Toda la energía estaba puesta en hacer, y era tan difícil hacer que lo que venía después ya era imposible… Es lo mismo que sucedía con el registro: los cinco pesos que había se utilizaban en la producción y por supuesto que no sobraba dinero para un catálogo, para un texto, para nada, porque todo lo que había y todo lo de tu bolsa ya se había ido en poder presentar la pieza. Entonces es también un problema de acceso y de cómo un sistema va dejando de lado cosas y hace que sea imposible mantenerlas.

«Expuestas, registros públicos», de Lorena Wolffer, en el programa «Mano a Mano con el General Cárdenas». Antimuseo, Ciudad de México 2011.

Antimuseo: Entonces, me gustaría saber si tú ves algún tipo de relación profunda entre todo el desarrollo de un relato del arte, que en realidad es un correlato del cambio político en México y de su entrada al mercado global, y que da lugar a una situación paradójica, porque es un relato de progreso, pero por otro lado la violencia contra la mujer se ha incrementado de una forma brutal. Y paralelamente el feminismo está ausente por completo del panorama artístico. Lo que quiero decir es que confluyen aquí una serie de circunstancias y me gustaría conocer tu visión.

Lorena Wolffer: Es que honestamente yo no creo que el feminismo haya estado jamás en el arte mexicano, empecemos por ahí. Ha habido estos esfuerzos en momentos puntuales, coyunturales entre varias artistas, pero no creo que haya sido jamás parte de lo que llamamos el arte mexicano. Vuelvo a lo que decía antes: quienes hacíamos performance en los 90 no nos insertábamos en un discurso feminista porque muchas ni sabíamos bien qué era, ni en qué habían consistido los movimientos feministas en México y en otros lugares. A la fecha existe en muchas mujeres una desinformación alucinante respecto a lo que el feminismo es. Muchas personas equiparan el feminismo con el odio a los hombres y otras ideas absurdas que nacen de una desinformación brutal, cuando el feminismo lo que planteaba entonces y ahora son una serie de cambios estructurales, en la defensa de las otras y los otros que operan fuera del sistema patriarcal, heteronormativo, binario, etc.

Y por otra parte Juárez no empezó a suceder en los 90, como dice mucha gente. Juárez empezó a denunciarse en los 90. Por lo tanto es imposible saber si estamos hablando de una violencia que apareció y no ha dejado de crecer, o si se trata de una violencia que siempre estuvo pero que en cierto momento se empezó a denunciar. Y en lo que muchas feministas insistimos es que hay muchos Juárez, lo que pasa es que allí hubo un grupo de mujeres que señalaron lo que estaba sucediendo, algunas a costa de su propia vida. Eso es algo que no ha pasado en el Estado de México, que tiene cifras iguales o peores dependiendo del mes en que lo mires.

Siempre me ubico en la legislación porque creo que las leyes hablan mucho de quiénes somos y dónde estamos. La sentencia de Campo Algodonero, el caso de las tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez que se presentó en la Corte Interamericana, es muy interesante porque señala una serie de cosas y plantea también una serie de problemáticas. Por ejemplo, señala que reconocer un asesinato es en sí una forma de reparación — como también lo hacen las Comisiones de la Verdad— pero además declara co-responsable a Estado mexicano de los crímenes; es decir, culpa a los perpetradores pero también responsabiliza al Estado mexicano. Hay un término que viene del latín, Restitutio ad integrum, que se refiere a una forma de reparación que implica que las cosas vuelvan a su estado anterior, a como eran antes del crimen o el incidente para que las y los sobrevivientes de un crimen puedas gozar de ellas. Pero en México y en estos tres casos, lo que la Corte Interamericana declaró es que no puede sentenciar una restitución de esa naturaleza pues implica regresar al estado discriminatorio y a las propias condiciones que produjeron el crimen y que es necesario cambiar la cultura mexicana.

En conclusión, en el arte, hubo una especie de señalamiento generalizado de lo que sucedía en Juárez pero muy pronto dejó de ser un tema importante. Tan es así que yo me acuerdo de entrevistas en las que me preguntaban: “¿Pero por qué sigues hablando de Juárez? Fue noticia y ya no lo es, ¿por qué la insistencia?” Y la respuesta era y sigue siendo aterradora: porque se sigue matando a mujeres. Y no procesar y no enjuiciar a nadie en la mayoría de los crímenes lo que hace es establecer un nuevo estado de las cosas, donde es permisible, aceptado, normal y natural asesinar a mujeres y niñas.

Antimuseo: Pero yo me refería más bien al contraste tan brutal que se da, y no sólo en este campo, sino en todo lo que está pasando en México, como la desigualdad, entre este desarrollo de un arte cosmopolita, que encarna una promesa de modernización y apertura de la sociedad, y la realidad que va en dirección contraria. Es un choque que visto años después lo encuentro muy sorprendente. Que todo ese impulso creativo que tuvo un impacto tan impresionante en su momento, parece que no tiene ninguna relación… Hay algo que no encaja ahí. La reflexión iba más bien en esa dirección.

Lorena Wolffer: A la fecha, no deja de sorprenderme la negativa de muchas mujeres a asumir una postura feminista, a llamarse feministas o a hablar de lo que nos sucede a las mujeres en este país. Hay una renuencia absoluta y una negación tal que lo único que me hace pensar es que forma parte del mismo mecanismo que oprima, violenta y discrimina a las mujeres; que se trata de ese mecanismo en su mejor expresión. Porque no puedo entender que artistas a quienes respeto y que producen trabajos evidentemente feministas, estén peleadas con el término o con ser identificadas como personas que abogan por los derechos de la mujeres. También hay una diferencia, creo que es importante señalarlo, entre el discurso y la realidad. Existen ciertas obras que yo leería como claros enunciados feministas y cuando hablas con quienes las hicieron, te dicen: “Ah, no, mi finalidad era puramente estética. No hay aquí un comentario de género, y por supuesto no busco que esto se inscriba dentro de una serie de conversaciones o discusiones con respecto ni al feminismo, ni al género, ni a nada que se le parezca.”

«Mírame de los ojos». Lorena Wolffer. Ex Teresa Arte Actual. Ciudad de México 2014.

Antimuseo: Esa es una situación que da globalmente, al menos en los países que yo conozco. En México es extremo, porque aquí hay un rechazo del término feminismo en muchos ámbitos, no sólo en el mundo del arte, que es quizás un mundo particularmente neoliberal, que está imbuido en esa ideología de mercado, sino en el mundo académico y en otros ámbitos me he encontrado gente que dice: “no, feminismo no”. Y respecto a lo que tú dices, efectivamente sí hay casos que son sangrientos, de obras que están entrando a determinados circuitos entendidas como feministas, y en realidad son lo contrario, en realidad son apologías de la violencia.

Lorena Wolffer: Bueno, eso también lo podríamos extender a otras prácticas, que no son sólo producidas por mujeres. Te pongo dos ejemplos. El primero es el SITAC de hace un par de años que aparentemente se centró en el feminismo sin jamás mencionar la palabra feminismo. Es un fenómeno que ilustra lo que estamos hablando muy claramente. Yo no fui porque no voy nunca, igual que no voy a las ferias de arte, simplemente porque no es mi territorio, no las entiendo y no me dicen nada. Pero el reporte de gente que conozco es que todo trataba sobre posturas feministas pero nadie jamás mencionó la palabra. ¿Cómo te armas todo un simposio alrededor de un movimiento, que además de ser absolutamente vigente y pertinente propone una serie de ideas que rebasan el género, es decir, el planteamiento en general de los sistemas de poder, cómo te lo armas para no mencionar la palabra jamás en todo el simposio? Y por el otro, de pronto se puso de moda el arte de denuncia frente a la ola de violencia en México, y el famoso término del “arte comunitario”. Yo sé que es complicado poner esto como ejemplo, pero en la Marcha por la Paz y la Dignidad hubieron una serie de personas que le plantearon a Sicilia la necesidad de separar y de entender la violencia hacia las mujeres como un fenómeno distinto de la violencia generalizada, derivada del narco y de la guerra contra las drogas. Y Sicilia y su grupo dijeron que no, que toda la violencia es la misma. Y se negaron a establecer una distinción y a tratarlo como un tema diferente, cuando yo creo que es, definitivamente, un tema distinto. Es decir, que la ola de violencia toca a la violencia contra las mujeres, claro, pero no es lo mismo. Provienen de lugares muy diferentes…

Antimuseo: Y no van a acabar de la misma manera.

Lorena Wolffer: No. Y normalizan una serie de cosas que no tienen que ver la una con la otra. Entonces para mí este planteamiento del Movimiento por la Paz y la Dignidad, lo único que hace es echarle fuego al sistema que posibilita la discriminación, la opresión y la violencia contra las mujeres. Y si analizas el slogan “Estamos hasta la madre”, yo ya no tengo nada que decir, y por supuesto que jamás me podría unir a un movimiento que defiende una serie de ideas discriminando o violentando otras.

Entonces existe ese fenómeno rarísimo cuando de pronto se empezó a producir muchísimo arte que habla de la violencia, pero una vez más es la violencia generalizada. Es lo mismo que hizo Sicilia. Vamos a hablar de la violencia, vamos a hablar de la violencia generalizada en el país, pero no vamos a hablar de la violencia de género como un fenómeno distinto. Y es volver a invisibilizarla y volver a normalizarla. Esto no se merece ni siquiera ser mencionado, con lo cual se transforma en algo normal.

Antimuseo: En los meses que llevo en México he podido constatar que hay bastantes mujeres jóvenes haciendo arte, algunas con una buena respuesta al menos desde las instituciones: Marcela Armas, Nuria Montiel, Amor Muñoz… Sin embargo el arte feminista, en un sentido amplio, es casi inexistente, salvo los talleres de Mónica Mayer, artistas extranjeras como Julia Antivilo, que creo que ya se ha ido de México, o María María Acha-Kutscher, o ya en extremo personajes muy marginales como Frida Con Todo Mi Odio. ¿Qué ocurre? Estas artistas, las que he citado, sin entrar en si su obra es mejor o peor, porque en realidad están muy bien, pero ninguna de ellas muestra la menor preocupación hacia una situación en la que yo creo que las mujeres en México vivís completamente inmersas. Porque no es lo mismo la experiencia diaria en una ciudad como Madrid que en una ciudad como México. Me sigue sorprendiendo la falta de respuesta desde el mundo del arte.

Lorena Wolffer: Yo creo que hay también una serie de sistemas de negación. Sistemas de negación entendidos no como el proceso psicológico individual, sino sistemas de un país. Creo que sucede lo mismo con la violencia hacia las mujeres lo mismo que con la violencia generalizada. Lo hablé en algún momento con una chava de Colombia que trabajaba con los grupos que se dedicaron a producir acciones en la calle como una forma de recuperar los espacios públicos. Lo que ella decía, y esto fue hace más de cinco años, era: “me alucina que en México, estando en la situación en la que están, nadie toma medidas de precaución y no se han establecido nuevos mecanismos de autocuidado y de seguridad. A estas alturas en Colombia no hacia falta que hubiera toque de queda, nadie salía a partir de cierta hora. Habíamos implementado una serie de acciones ciudadanas para cuidarnos, donde si tú salías tenías que avisar que habías llegado. Entonces no entiendo lo que pasa aquí, que están en una situación como la que estábamos allí entonces, pero todo el mundo sigue saliendo de noche y operando como si no pasara nada.” Y pasa este fenómeno tan extraño pero tan común que si no te pasa a ti, no existe. Lo brutal de la violencia en este país es que hasta que no te pasa a ti, es algo que sucede allá, que sucede lejos y que no te toca. Yo no puedo atribuir este fenómeno más que a un sistema generalizado de negación que sustenta y habilita los sistemas discriminatorios donde, entre muchísimas otras estrategias, se personaliza la violencia hacia las mujeres para que todas pensemos que es un asunto individual y no un problema político, social o cultural. Este sistema del cual estamos intentado escapar genera toda una serie de mecanismos donde a mí no me toca, a mí no me afecta hasta que no me sucede.

Este sistema opera por exclusión, pero también opera de una manera dirigida. Y pensaba que el señalamiento y castigo de quienes hemos producido obras abiertamente feministas es brutal. A mí me han acusado por ejemplo… de aprovecharme de la situación de Juárez para hacerme rica y famosa. Como si hubiera una suerte de ganancia mía, o de quienes hacemos esto, en denunciar; Entonces hay un señalamiento, una acusación. Me estoy acordando ahora de hace unos años, que vinieron las Guerrilla Girls a dar una conferencia, y estábamos a mitad de la conferencia y alguien les preguntó que por qué la insistencia, ¿Cuál es la necesidad de insistir en algo que aparentemente no es tan importante, sobre todo cuando hacer una obra feminista es tan ‘fácil’? Entonces una de las Guerrilla respondió: «¿De qué estás hablando? Hacer este tipo de obra no sólo no es fácil, sino es infinitamente más difícil que hacer cualquier ejercicio de esos que gustan y que salen en una revista de arte.» Es infinitamente más fácil operar desde esta postura que busca complacer al mercado y al estado del arte global, que estar en una especie de lucha permanente y además lanzando preguntas, preguntas que van cambiando a lo largo del tiempo.

O sea, las preguntas que yo me hacía cuando empecé con el performance, que en efecto eran cuestionamientos sobre qué significaba mi cuerpo de mujer, no son las preguntas que ahora hago.

Pero claro que sí hay un castigo, llamémosle así.

«Mírame a los Ojos». Lorena Wolffer 2014.

Antimuseo: Lo entiendo muy bien, porque yo siempre he estado marginado, porque no me ha interesado negociar de ninguna forma con los distintos estamentos que tienen poder dentro del mundo del arte, pero hay momentos que los ves muy claros. Uno de ellos, aquí, después de tomar la decisión de trabajar con los Faros en el Centro Portátil, eso ya me situó al otro lado de una línea imaginaria, y que ya es definitiva, porque ya no puedo cruzar en la otra dirección. Entonces me imagino que con el arte feminista ocurre algo similar. Si haces eso te ponen al otro lado de una línea, y esta línea sirve para que tú no vengas hacia donde se está gestionando el discurso, donde se hacen públicos los trabajos. Y quizás eso explica porque las artistas jóvenes ni siquiera saben que existe una línea con ese espacio al otro lado.

Lorena Wolffer: Para mí ese posicionamiento en el margen fue una elección y lo sigue siendo. Y como te pasa a ti, en efecto no hay retorno. Operar desde aquí implica otra serie de cosas, entre ellas la falta de visibilidad de esas otras posibilidades porque lo que ocurre es eso: que simple y llanamente no quedan registradas. Buena parte de mi trabajo de los últimos años lo vio quien estaba ahí y ya, porque es un trabajo en espacio público y no creo en la consigna de llamar a la prensa para que una pieza valga la pena.
Ahora, por ejemplo, en un ejercicio de memoria, estamos preparando una exposición para el Museo de Arte Moderno que documenta Expuestas: registros públicos, el proyecto en torno a la violencia contra las mujeres en el trabajé por alrededor de seis años. De pronto surgió la pregunta sobre cómo generar memoria: ¿cómo generar un registro de todo un proceso que en estricto sentido sólo yo vi y viví? O sea, lo vio muchísima gente pero nadie atestiguó todo el proceso. Incluso a mí me interesa ahora mirar y tratar de entender qué fue lo que hice y cómo se relacionaba una cosa con la siguiente. Y el reto, que he platicado con Sylvia Navarrete y Octavio Avendaño, la directora y el curador, es: ¿cómo hacemos para conservar el espíritu original de estas piezas? ¿Cómo hago para no traicionar el planteamiento mismo de las piezas en su tránsito a un espacio museístico? Entonces estamos encontrando, a partir de un diálogo, formas de registrar sin, sin…

Antimuseo: Sin hacer un empaque de mercancía.

Lorena Wolffer: Exacto. Pero eso es bien complicado porque además está toda la otra parte que no tiene que ver ni con posturas, ni con adjetivos, ni con defensas, que es de qué vivimos. Quién gana cuánto y de qué vivimos. Y la realidad es que yo he podido hacer lo que he hecho porque he tenido el Sistema Nacional de Creadores. Porque si no, las negociaciones que mi quehacer entraña, entre instancias que no colaboran de manera orgánica, son complicadísimas y no me reportan un salario justo para el trabajo realizado. Entonces, no sólo está el mundo de las ideas, sino que está el mundo real, que es de qué vives, y cómo comes y cómo haces para pagar tu renta. Y eso también se ve muy claramente en una postura como esta. Pues te tienes que buscar la vida de alguna manera.

Antimuseo: Eso es obvio, un artista no puede hacer ese esfuerzo de negociar entre diferentes instituciones para movilizar los recursos necesarios para producir su obra, y encima ganar suficiente dinero para vivir. No puedes hacer todo, es imposible.

Lorena Wolffer: No, y además oscilas entre que tú te estás haciendo millonaria hablando de la violencia contra las mujeres, por un lado, y después está la visión de la caridad que asume que todo trabajo activista se hace porque una es buena de corazón, es decir, mucha gente asume que no tienes porque ganar en el trabajo activista. Porque quién sabe de dónde, pero seguramente tienes un financiamiento de algún lado, que te permite sobrevivir para emprender esa lucha. Se establece una equivalencia que es aterradora, porque entonces todo lo que yo haga, o todo lo que haga cualquier persona que esté luchando por algo, por visibilizar algo, por señalarlo, pues se va a la bolsa de la Beneficencia.

Antimuseo: Creo que es la mentalidad de los países católicos, las monjitas que las mantiene la Iglesia. Bueno, la última pregunta ya no tiene mucho sentido, porque de lo que quería hablar si hay una renovación de lenguajes en el arte feminista, o en el arte que habla sobre la mujer aunque sea sin una conciencia clara de estar en posiciones feministas. Porque desde luego ya hay nuevos imaginarios sobre la mujer, hay otras cuestiones, e incluso la existencia de dispositivos electrónicos facilita la aparición de nuevos lenguajes. Por ejemplo, no sé si has visto la investigación que está haciendo María María, que no es exactamente sobre arte feminista, pero está sacando en VALF una serie de pequeñas notas sobre mujeres artistas que están abordando temas relacionados con la mujer desde perspectivas y lenguajes que no son los habituales del feminismo. Y está interesante porque por ejemplo algunas son chicas muy jóvenes en las que la sexualidad aparece de una manera que no habría sido posible ni siquiera en nuestra generación. Están ya en otro punto. ¿Hay algo así en México?

Lorena Wolffer: La verdad, tristemente no, aunque es importante aclarar que mis ligas con el arte y lo que se hace ahora tampoco están al día. Es decir, raramente voy a un performance y sólo asisto a las inauguraciones de amigos y amigas, que si no voy dejan de dirigirme la palabra. No tengo tiempo para estar al tanto de lo que está sucediendo… Pero, desde donde estoy, la verdad es que veo más estrategias interesantes afuera, afuera de México o afuera del arte. Hace unos meses vinieron Cabello y Carceller, que son amigas y de entrada, la estrategia que adoptaron al elegir un nombre que supone un anonimato de género, por ejemplo, es algo que no veo aquí. Y de pronto es mucho más interesante lo que sucede afuera del mundo del arte: Mildred García, que colaboró  en mi exposición “Mírame a los Ojos” tiene un negocio de juguetes sexuales a domicilio; en lugar de venderte una crema o el rímel, te vende un dildo. Ella entendió perfectamente lo que pasa: estamos en una sociedad católica en la que las mujeres no hablan abiertamente de su sexualidad, y para poder hablar abiertamente de la sexualidad de una mujer lo que hay que hacer es ir a la sala de su casa. Ése parece ser el lugar donde realmente se puede hablar del placer de las mujeres. En el arte no lo veo. Quizás estoy muy desconectada o quizás en efecto no esté pasando, no lo sé. Otra sitio donde veo una serie de cuestionamientos interesantes y necesarios es el de las plataformas feministas. Por ejemplo los objetos de estudio en los seminarios del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM son infinitamente más avanzados en términos de género, que cualquier propuesta de cualquier artista local que yo conozca. Además, dos de sus principales programas giran en torno a trabajar con las mujeres en reclusión y con el ejército. En Santa Martha Acatitla, el reclusorio femenil, pintan murales con las internas como un ejercicio de libertad, posibilidad y enunciación de lo que les pasa a estas mujeres. Si el sistema legal en México es miserable, es infinitamente más miserable para las mujeres: muchísimas pagan las condenas de hombres o reciben sentencias mucho mayores que los varones. La discriminación se hace brutalmente evidente en los sistemas de justicia. Así que están en la cárcel por cosas como robar un celular, cumpliendo una pena altísima. Otro asunto es que uno de los principales crímenes para el encarcelamiento de mujeres es el parricidio y los motivos son obvios: ¿por qué una mujer habría de decidir matar a su padre? Las mujeres terminan cumpliendo condenas por haber asesinado a sus violadores, mientras en caso contrario los violadores están libres. Ese trabajo del PUEG ha sido increíble. Por otro lado, tienen un proyecto a largo plazo con el ejército, dando talleres de equidad y sensibilización de género a los soldados. Si pensamos en la forma en la que México está operando en estos momentos — con el ejército realizando actividades que deberían ser exclusivas, en el mejor de los casos, de la policía, y con atributos que no le corresponden e implican una relación directa con la sociedad — con quienes hay que hablar y establecer algún tipo de conciencia de género es con ellos.

Pongo estos dos casos como ejemplos puntuales de otros lugares donde se están inaugurando nuevos diálogos, que no son los del arte. Las artistas que me interesan están relacionadas con el feminismo pero más bien operan desde la teoría queer y/o el movimiento trans, como Sayak Valencia en Tijuana y Larisa Escobedo en Cuernavaca. Lo interesante es que no operan propiamente dentro del “feminismo de las mujeres” sino que están veinte pasos adelante cuestionando quienes deben ser las y los nuevos sujetos del feminismo, que es donde estamos muchas.

«Mírame a los Ojos» en el metro de la Ciudad de México.

Antimuseo: Ya hemos agotado todos los temas que traía en mi libreta.

Lorena Wolffer: Es que este tipo de preguntas de ¿por qué?, son difíciles de contestar. Es muy complicado.

Antimuseo: Ya lo sé, es complicado, pero me interesaba porque es un panorama que si dejas de aceptarlo como algo dado, como ‘esto es México’, y punto, si dices ‘vamos a ver por qué esto es México, por qué tiene que ser así’, las contradicciones son muy fuertes. Y es muy interesante hacer la reflexión de qué pasó en los 90, qué dejó de pasar, qué está pasando ahora, porque las contradicciones son demasiado fuertes. En un país como España hay una tradición feminista, hay muchos estudios, curiosamente los curadores de arte feminista son hombres, no sé por qué, pero hay una cosa más estructurada, y ahora mismo está habiendo un resurgimiento de los debates en torno al feminismo. Pero la cuestión es que en España ha habido todo un proceso social y sí percibes un avance. Y en México hay una disociación entre artistas o intelectuales que están en cuestiones súper avanzadas, pero viviendo en una realidad en la que se han quedado cosas muy importantes, y ahí siguen. Aquí puedes tener núcleos que están en el siglo XXI, bien metidos, en todos los ámbitos, no sólo en la cultura o en política. También en la ciencia, en economía, en empresa… Tienes la Torre Mayor, y luego te vas no muy lejos y tienes condiciones de vida y de trabajo que no corresponden siquiera al siglo XX. Ese choque es sorprendente, y la poca respuesta del arte también es muy…

Lorena Wolffer: México queriendo transformarse siempre en un estado moderno… ahora está la Torre Mayor o la novedad fiscal de que los recibos y las facturas tiene que ser electrónicas. Y me pregunto cómo declara la gente que no tiene computadora, que es la mayoría de la población. Por otro lado, y volviendo al tema del arte, está el asunto del auge de propuestas que abordan la violencia pero que, la mayoría de las veces, terminan por reproducirla. Parecería que no estamos viendo los mecanismos detrás de la violencia, que nos estamos quedando solamente con la fachada, con los resultados de la violencia, pero no con sus raíces. El arte no parece estar reflejando la realidad, igual que el estado mexicano que insistentemente se dedica a negarla, por ejemplo con la Alerta de Género. Normalmente, las leyes corresponden al estado actual de las cosas; es decir, reflejan situaciones que ya son una realidad y garantizan que esa realidad continúe o se extienda a una población mayor. Creo que lo que pasa en México, con respecto a las mujeres y al género, es que las leyes existen de una manera completamente separada de la realidad. No hay una correspondencia entre la legislación y la realidad de las mujeres. Tienes esas leyes increíbles, que plantean una serie de posibilidades fantásticas, pero que no son aterrizables en la realidad de nadie. La disociación que hay ahí es brutal. Con la Alerta de Género se otorgan recursos a los Estados para que visibilicen y lancen campañas de prevención después de rebasar ciertas cifras de feminicidios y violencia. Y resulta que cada vez que se quiere pasar una Alerta se frena en todos lados, incluyendo el DF. Ese es el estado de negación al que me refería antes. Es un estado perfectamente orquestado de negación, en donde políticamente no conviene reconocer la realidad de los asesinatos y la violencia contra las mujeres. Quien está ahora como nuestro presidente es quien se negó sistemáticamente a que se pasara la Alerta en el Estado de México, una de las entidades federales con mayor índice de violencia. Ésa es la realidad; es una realidad de encubrimiento, de mandato político… Si eso sucede en esa escala, en un mundo ideal pensaríamos que el arte podría proponer alternativas, pero no, yo creo que el arte muchas veces termina alineándose con eso.

http://www.lorenawolffer.net

BLOOMSDAY 2022

Leí Ulysses muy joven, antes de los veinte años, que es cuando hay que leer por primera vez los clásicos que han definido nuestra cultura, aunque los entendamos de una manera… juvenil. Es decir, quedan ya en nosotros como experiencia, nueva, genuina, al contrario de lo que nos pasa más mayores, que los interpretamos desde nuestras propias experiencias. No recuerdo mucho, impresiones, pero su lenguaje dejó una huella permanente en mí. Lo he descubierto ahora porque hace un mes, aprovechando un contexto que prometía tranquilidad en mi vida (promesa inclumplida), inicié su relectura.

Esta vez lo leo armado con todos los pertrechos necesarios: las traducciones de Valverde y García Tortosa (prefiero la primera, por el brillo que saca al lenguaje, aunque la segunda sea más exacta), la versión en inglés incluida en unos Collected Works que parecen piratas, pero que dicen seguir un facsímil de la primera edición. Además Harry Levin, Stuart Gilbert, un par de webs inspiradas en la guía de Harry Blamires y la exhaustiva edición anotada de joyceproject.com. Y también me he tomado la molestia de leer antes Retrato de un artista adolescente, una novela que nunca me ha gustado. Al final incluyo los links y los datos bibliográficos.

Voy muy despacio, no hace falta decirlo. Creo que el Ulysses no se lee, sino que se estudia. O se investiga. Es una novela que va más allá de la escritura y para enfrentarla hay que ir más allá de la lectura. Cómo lo haga cada cual, pues dependerá tanto de lo que espere como de lo que ya sepa. Pero incluso sin conocer mucho sobre el tema y sin prepararse de manera especial, circunnavegar el Ulysses vale la pena.

Cuando la gente me pregunta en qué ando, qué proyectos me traigo entre manos, y respondo que me he metido en una lectura «crítica» del Ulysses, algunos me miran mal. Es una actividad que levanta suspicacias. Me ha sorprendido mucho. Tras elucubrar varias explicaciones de este fenómeno, las he desechado todas y he aceptado el recelo como acepto el calor en estos días infernales de junio.

El caso es que lo estoy disfrutando, aprendo mucho, mucho más de lo que esperaba, y me he encontrado, como decía antes, con recursos de mi propio lenguaje cuyo origen desconocía y ahora identifico claramente en los rastros de aquella incursión juvenil en el laberinto joyceano.

Siempre me he preguntado por qué no hay una novela fundacional de la modernidad en lengua española. Bueno, lo fue el Quijote, tenemos toda esa buena y mala suerte a la vez, perfectamente equidistante entre la Odisea y el Ulysses. Equidistancia no cronológica, sino literaria. Para nosotros ya no es una referencia, porque pertenece en casi todo a otra época. Lo cierto es que no se ha escrito así en nuestro idioma, aunque se haya escrito muy bien. No sé si nuestra misma lengua nos impide llegar hasta donde llegó Joyce con el inglés, o si no hemos sido capaces de romper sus limitaciones. Tampoco se ha escrito así sobre Madrid, aunque también se haya escrito mucho y muy bien. Ni siquiera Cansinos Assens, que tiene algo benjaminiano en su forma de sentir la ciudad, atraviesa la dura corteza de Madrid como Joyce lo hace con la de Dublín.

Joyce, que llenó el Ulysses de referencias literarias, sólo nombra el Quijote una vez y de pasada. Aunque también podríamos pensar que toda su novela es una larga paráfrasis de la de Cervantes. La cita está en el capítulo 9, cuando Stephen charla con varias personas en la Biblioteca Nacional, por boca del pretencioso señor Russell, que compara a unos conocidos con el caballero andante y su escudero. En compensación las notas de joyceproject.com me regalan esta brillante acotación:

[El Quijote] fue, a juicio de muchos, la primera novela moderna. (…) Mundano, democrático, cómico, irónico, escéptico, subjetivo, perspectivo, dialógico: esta obra previó a dónde irían los cuentos épicos en una era en la que la gente común ganaba atención frente a las élites hereditarias, la prosa desplazaba al verso y las percepciones individuales comenzaban a parecer más reales que las enseñanzas universales. También fue pionera en un patrón narrativo particular al que los novelistas posteriores volverían una y otra vez: dos protagonistas masculinos que son polos opuestos en las formas más obvias, pero cuyas mentes de alguna manera se fusionan, y emprenden una serie de aventuras episódicas que resaltan tanto sus diferencias como sus similitudes.

El Bloomsday es el aniversario de aquel 16 de junio de 1904 en que Leopold Bloom salió a comprar unos riñones de cerdo para el desayuno, etc. (No spoilers!). Todos los años una extravagante legión de admiradores de Joyce lo celebra en las calles de Dublín, aunque no hay constancia de que los participantes hayan leído, todos y sin excepción, la novela. En 2022 coincide con el centenario de su publicación, que debemos a la audacia de Silvia Beach, propietaria de la mítica librería Shakespeare and Co. de París. Yo no lo celebro, porque es el cumpleaños de mi pareja y por supuesto tiene prioridad sobre Joyce. Incluso sobre Proust, si hubiese un Marcelsday en París.

María María Acha-Kutscher. Silvia Beach y James Joyce. Herstory Museum 2018.


Ulises, edición de Lumen Bruguera de 1976, reimpresión de 1979. Traducción y prólogo de José María Valverde. Es la que tengo desde principios de los 80, nada menos, cuando la leí de joven.

Ulises, edición de Cátedra, 1999. Traducción de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas Lagüens.

Ulysses, edición de Shakespeare and company, 1922; Facsímil de Ed. Dover (?). Incluida en James Joyce – Works. cm D apotAaaYM e U pp Fw &c. (esto lo pone al pie de la portada y no sé que significa, si es algo friki de hackers o una referencia a Finnegans Wake). Libro electrónico 2016.

Levin, Harry. James Joyce, una introducción crítica. Fondo de Cultura Económica. México DF 2014. Primera edición de 1941, revisada varias veces después. El libro aborda toda la obra de Joyce, en realidad se centra en Dublinenses, el Retrato, Ulises y Finnegans, pero es claro, muy bien estructurado y vale la pena.

Gilbert, Stuart. James Joyce’s Ulysses, a study. Vintage Books, Nueva York 1955. Primera edición de 1930. Es un cuerpo extraño en la crítica literaria anglosajona, pero este estudio es la referencia imprescindible sobre Ulysses. Que yo sepa no está traducido al español.

Blamires, Harry. The New Bloomsday Book. A guide through Ulysses. Routledge Londres 1999. Primera edición 1966. En inglés abundan las «traducciones» del Ulises al lenguaje corriente, dada la dificultad de seguir la lectura en el texto original. Es decir, resúmenes de cada capítulo, que nos explican qué ha pasado, a veces con observaciones muy valiosas. Hay varias webs que ofrecen estos contenidos: https://www.cliffsnotes.com/literature/u/ulysses/book-summary, https://www.ulyssesguide.com/, https://www.sparknotes.com/lit/ulysses/. Resultan útiles para repasar después de leer un capítulo. ulyssesguide.com incluye planos de los trayectos de Bloom y fotografías de algunos lugares citados en el relato.

Por último, la ya citada web https://www.joyceproject.com. Es una edición completa profusamente anotada. Usan un código de seis colores para diferenciar el tipo de notas (literatura, Dublín, el escritor…) y cada nota aporta muchísima información. Dada la cantidad de referencias internas y externas que hay en Ulysses, resulta muy útil si queremos profundizar.



¿Es Amazon el enemigo de la cultura?

“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”
Jorge Luis Borges.

He estado mucho tiempo pensando si escribir este artículo o guardármelo, como tantos otros, para evitar polémicas, que ya se sabe que no me gustan. Y en este caso en concreto, temo aparecer como el abogado del diablo, nunca mejor dicho, porque el comportamiento empresarial de Amazon carece por completo de ética: explotan a sus empleados hasta el límite, evaden el pago de impuestos por medio de artimañas que nuestros sistemas fiscales no son capaces de prever y resolver a tiempo y me imagino que exprimirán a sus proveedores, como hacen todas las multinacionales. Pero ésta no es la cuestión. La cuestión es si es ético, para mí, ciudadano de a pie y escritor infraleído, auténtico worstseller, publicar a través del servicio de autoedición de Amazon: KDP (Kindle Direct Publishing). La duda surgió cuando una librería-galería de Lavapiés rechazó mis libros por este motivo. Y no sólo los libros que he publicado a través de KDP, sino otros que el Antimuseo ha editado por su cuenta. Es decir, yo me había situado en una especie de eje del mal y se rechazaba cualquier trato conmigo. Me convertí en un individuo apestado, un personaje maligno, inicuo, al menos desde la perspectiva de este librero, porque, según me explicó, Amazon está acabando con las librerías y yo era de alguna manera su cómplice. Le indiqué entonces que todos los libros que mostraba en sus anaqueles se vendían también por Amazon, lo que pareció desorientarlo un poco, pero se mantuvo firme en su postura: al enemigo ni agua. La discusión no prosiguió, no tenía caso, pero la cuestión ética me ha torturado desde entonces: ¿soy una mala persona por publicar con KDP?

Primero, antes de transitar por tan pantanoso terreno, el de la ética, quiero explicar que edito libros con Amazon porque es gratis. No dan muy buena calidad ni hay opciones de papel o encuadernación, por lo que las ediciones con mayores exigencias artísticas las hago o bien en offset con una imprenta alemana o en digital con una valenciana muy conocida, ambas con excelentes plataformas online. Pero para otras KDP tiene varias ventajas: no debo adelantar dinero, sólo los ejemplares que vaya adquiriendo a precio de coste; no tengo que almacenar cajas con cientos de copias —muchas acaban luego en la basura— porque se imprime bajo demanda (en este sentido es más ecológico que el modelo editorial tradicional). Y lo más importante, incluye la distribución mundial en papel y Ebook, aunque es muy difícil hacerse ver entre los millones de libros ofrecidos en su web. Para mí, que tengo un círculo de lectores reducido pero fiel, es suficiente.

En el mundo del arte, donde la escasez es la norma, se tiende siempre a la optimización de recursos, a aprovechar cualquier oportunidad, porque de otra manera la mayoría de nosotros nunca habríamos podido producir nuestra obra. La autoedición está además muy arraigada en las artes plásticas, ya que las cosas que hacemos son inasumibles para una editorial, es decir, no dan dinero. Pueden llegar a valerlo, pero a lo mejor dentro de veinte años, y eso no es viable para una industria en la que la vida útil de los libros es cada vez más corta. También se podría hablar sobre el funcionamiento y sostenibilidad de esta industria, pero como decía Sherezade al final de sus cuentos en Las mil y una noches, ésa es ya otra historia.

El caso, para no perder el hilo, es que yo quería saber si realmente había una cuestión ética a la que debía atender o si había tropezado con un caso más de resistencia al cambio, normal desde que el mundo es mundo, o, pero aún, con el postureo hipócrita de la izquierdita europea universitaria. Porque en principio, el que cualquier persona pueda editar y distribuir su libro parece un avance en la democratización de la cultura, como lo es que todo el mundo pueda hacer fotos y vídeos con sus teléfonos, aunque los fabriquen multinacionales. Así que como primer paso me interesé por ver quiénes están en la cúspide de la industria editorial, que supondremos benigna en contraste con la aviesa tecnológica.

Lo que encontré tras una breve investigación vía Google (otra multinacional, pero qué remedio) es que por ejemplo el grupo Hachette, a quién tanto debemos dicho sea de paso, primera casa editora de Francia y segunda de España, es propiedad del grupo Lagardère SCA, un conglomerado industrial que tiene su origen en Matra, empresa dedicada originalmente a la aeronáutica y el armamento. Matra ya no existe, su historial de absorciones y fusiones es difícil de seguir, y Lagardère, a partir de los años 90, se centró en el negocio editorial y en el retail de aeropuertos. En la actualidad Lagardère está controlado por Vivendi, un gigante de las comunicaciones (Canal+ por ejemplo), Qatar Holding y otras financieras. Me quedo más tranquilo sabiendo que ya no tienen intereses en la fabricación de armas, aunque todavía en 2006 se les relacionaba con esta industria, pero el tamaño y la influencia política de Lagardère-Vivendi dan tanto miedo como Amazon y no sé si aportan alguna ventaja ética. Yo por si acaso los pondría también en cuarentena. En España pertenecen a Hachette, entre muchas otras, Salvat y Anaya, que incluye a su vez Alianza Editorial, Cátedra o Tecnos.

Por cierto, en 2011 Hachette firmó un contrato con Google para la digitalización de sus fondos agotados. La relación entre grupos editoriales y tecnológicas es muy estrecha.

El otro gigante de la edición en Europa es Bertelsmann. Es el primer grupo editorial del mundo, tras la absorción completa de Pinguin Ramdon House en 2017, y como Hachette, un gigante de los medios. También tienes ramas dedicadas a la educación, imprenta, música, nuevas tecnologías, servicios e inversiones. Una particularidad de Bertelsmann es que mientras la mayoría de las acciones de Lagardere o Amazon están en manos inversores institucionales y fondos (Jeff Bezos “sólo” conserva alrededor del 12%), este grupo es propiedad de la familia fundadora, con un 80,9% en manos de una fundación y un 19,1 repartido entre los herederos, los Mohn. Quitando que son prácticamente un monopolio, con enorme poder político gracias a su control de medios de comunicación, no habría mucho que objetar.

El problema, siempre tiene que haber un problema, es que hay un obscuro pasado. En 1998 el entonces presidente de la compañía, Thomas Middelhoff, acudió a Nueva York a recoger un premio y en su discurso presumió de que el III Reich habían cerrado la imprenta en 1944, por lo que de alguna manera podían considerarse víctimas del nazismo. Pero un periódico suizo se tomó la molestia de recordarnos los vínculos de Heinrich Mohn con el gobierno de Hitler. En realidad la imprenta se cerró, como todas, por la falta de papel al final de la guerra. Pero desde 1933 hasta el cierre, la hasta entonces pequeña editorial de teología fundada en 1835 por Karl Bertelsmann se había convertido en una gran empresa gracias a un contrato de suministro de libros para el ejército alemán. Novelas con contenidos patrióticos y racistas que se enviaban a los soldados para mantener alta la moral. Y hay más, Heinrich Mohn no se conformó con ingresar en el partido, también fue miembro de las SS, usó su infame uniforme en multitud de actos públicos y de hecho, tras la guerra, aunque mintió a las autoridades de la ocupación, no pudo ocultar un vínculo tan ampliamente documentado, por lo que tuvo que retirarse y dejar la dirección a su hijo. El escándalo, en 1998, fue tan grande en Alemania que la propia empresa organizó un comité de investigación independiente, presidido por el historiador Saul Friedländer, y publicó sus conclusiones. Hoy en imposible encontrar en Internet una fotografía de Heinrich Mohn, y mucho menos vestido con el uniforme de la SS.

Bertelsmann es propietaria, a través de Penguin Random House, de Alfaguara, Taurus, Bruguera, Aguilar, Plaza y Janés… hasta un total de 56 sellos. Bueno, si Alfaguara me ofreciese la oportunidad de publicar una novela, creo que no pensaría en un boycott. ¿Para qué remover el pasado?

Los resultados de esta mini-investigación me dejan varias conclusiones, pero antes de entrar en ellas es necesario hacer una puntualización: las librerías no admiten libros autoeditados por escritores. Quizás las más grandes sí, desde luego sí los de los artistas, pero en general esta práctica, autoeditarse, está muy mal vista. Según me explicó una vez un librero, no los admiten para proteger el “ecosistema” editorial. Las familias Mohn y Lagardère deben estar muy agradecidas. Por tanto, la posibilidad de publicar con KDP, que ofrece distribución en Amazon, abre una puerta para los autores noveles, para los que no tiene recursos para una editorial “de pago”, o para los marginales como yo, que se encuentran mejor a cierta distancia del mundo de la cultura.

Respecto a las conclusiones:

Desde luego, no estoy haciendo nada malo y me siento muy aliviado. El ecosistema editorial es el ecosistema capitalista, tiende a la concentración de los medios de producción en muy pocas manos y, aunque hay muchas y muy buenas editoriales pequeñas, la opción de autoeditarse es perfectamente legítima y hacerlo con Amazon no añade ni una pizca de maldad al mundo. Creo que es peor usar un teléfono móvil o las redes sociales, pero estos inventos, como el sistema de distribución de Amazon, han mejorado nuestras vidas en algún aspecto, por lo que no podemos renunciar a ellos. Además, insisto, yo imprimo mis libros con KDP y si los distribuyo sólo con Amazon es porque las librerías no los aceptan. Mientras, todas las editoriales del mundo imprimen sus libros donde mejor les conviene y los distribuyen tan ricamente en Amazon. Me dirán por qué soy yo peor persona.

Por consiguiente, creo que la actitud del librero de Lavapiés era puro postureo. Nos hemos acostumbrado tanto a reducir la política a sus signos externos que se ha vaciado de contenido. Boicotear las ediciones del Antimuseo no tiene ningún sentido, cuando las más interesadas en el cambio de modelo de distribución, de las librerías a Internet, son las grandes editoriales, por una razón muy sencilla: Amazon cobra un 15% del valor de cada libro por su distribución, más la cuota fija (unos 400 € al año la profesional). Hay otros gastos opcionales de logística y almacenamiento, pero son costes que las editoriales deben asumir de todas maneras si quieren competir en la venta online. Y cuanto más grande es la empresa, menores son estos costes. El sistema distribuidora-librería se queda con el 60% y el autor el 10%. Es decir, las editoriales incrementan su margen del 30% a, por lo menos, un 65-70% del valor de cada ejemplar. La diferencia es brutal.

El problema con Amazon es su posición de monopolio, no el cambio que ha introducido en la distribución de bienes de consumo. Los transformaciones en los sistemas productivos siempre se reciben con miedo y sobre todo siempre dejan víctimas. Sin embargo intentar detenerlas suele ser peor. Lo de Amazon no lo mejoraremos esperando que sus clientes renuncien a la comodidad o, en muchos casos, al simple acceso a productos que antes quedaban fuera de su alcance. Son necesarias leyes antimonopolio, medidas fiscales y control de los derechos laborales. Entre tanto, en Europa vamos con veinte años de retraso. No sé que tal funcionará la plataforma todostuslibros.com, creada por CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Librerías). La verdad es que yo no compro libros en Amazon de manera habitual, uso la compra online para libros raros o descatalogados, sobre todo en Abe Books y Todo Colección. Pero espero que poco a poco se hagan un hueco en la distribución online, aunque eso no resuelve el problema: las librerías seguirán desapareciendo, substituidas por negocios puramente digitales como ha pasado, por ejemplo, con las tiendas de discos.

Por último, y quizás lo más importante, pienso que es la tecnología la que determina los géneros artísticos, por encima de los movimientos estéticos y de los determinismo políticos, aunque formen un entramado indivisible. La novela fue posible gracias a la imprenta. Pero la imprenta acabó con el libro como objeto artístico, lo que sin duda produjo una fuerte conmoción en la enorme red medieval de amanuenses e iluminadores que los producían entonces. Los volúmenes impresos les parecerían feos, sin valor artístico, industrializados, carentes de personalidad. Un atentado contra la cultura que quizás llegaría a acabar con ella. Vale la pena recordar aquí a Hugo: en Notre Dame de Paris hay un ensayo intercalado en mitad del relato que se titula Ceci tuera cela (Esto matará a aquello). En él reflexiona sobre las enigmáticas palabras del archidiácono de Notre Dame: Le livre va tuer l’édifice (el libro matará al edificio). El capítulo es largo, pero su intención se resume en la primera página: “el pensamiento humano, al cambiar de forma, cambia también su forma de expresión. La idea capital de cada generación no se escribirá con la misma materia ni de la misma manera.”

Los libros de papel desparecerán si no encontramos en ellos un valor que los diferencie de los digitales, como desapareció el rollo de papiro de la antigüedad. Las librerías físicas desparecerán si no aportan nada mejor que una tienda online. En el mejor de los casos se verán reducidas a especialidades donde el trabajo del librero sea imprescindible. Y rechazar la autoedición, ahora que es tan accesible, no parece un buen camino. Al mismo tiempo que nuevas formas literarias emergen de las tecnologías digitales, otras ven llegar su ocaso. También nuestra manera de escribir se ha transformado con el uso del ordenador y los procesadores de texto. No pensamos igual que nuestros abuelos y nadie podría hoy escribir una novela de cientos de páginas, de principio a fin, en un cuaderno de gran tamaño, como hacía Hugo. La edición, el “montage”, heredado del cine, está incorporado a nuestra manera de narrar.

Contradiciendo la cita de Borges, tan bella, con que he encabezado este texto, no es el libro lo que funciona como una extensión mágica de nuestra imaginación, sino la literatura. Y ésta existió antes de que hubiese libros, y pervivirá mucho más allá de su desaparición. Amazon, en este sentido, es irrelevante. Desaparecerá mucho antes que las librerías.

IRMGARD – GEDÄCHTNISWÖRTERBUCH

Un proyecto de / A project by: María María Acha-Kutscher & Tomás Ruiz-Rivas

English below

Desde el 3 de noviembre de 2021 en las redes, un tríptico semanal (letra, imagen, texto) hasta completar las 26 letras del alfabeto alemán.

Síguenos en:
inglés: https://www.instagram.com/achakutscher/
español: https://www.instagram.com/tomasruizrivas/ & https://www.facebook.com/antimuseo.artecontemporaneo

IRMGARD es un diccionario basado en la memoria familiar de María María Acha-Kutscher, cuyos abuelos, Irmgard Kutscher, alemana, y Juan Acha, peruano, se conocieron, casaron y tuvieron sus dos primeros hijos en el Múnich del Nacional Socialismo. El diccionario está compuesto por una selección de términos de la A a la Z, a partir de los cuales los autores han realizado dibujos y textos hasta construir una narrativa que recoge esta memoria familiar. Nuestro objetivo es trasmitir una visión de la intrahistoria del periodo del ascenso y caída del régimen Nacional Socialista. Un relato que no es histórico, sino basado en los afectos, y que se compone de fragmentos, imágenes sueltas, destellos, que sólo vistos en su conjunto adquieren sentido.

Los dibujos y los textos resultantes son por tanto obras originales, no pretenden tener un carácter didáctico-histórico, sino provocar emociones y transmitir la memoria personal con toda su carga afectiva.

El resultado final es una instalación compuesta por 26 trípticos, cada uno de los cuales incluye la inicial de la palabra elegida, seguida de un dibujo y un texto basados en ella.


From November 3, 2021, on the social networks, a weekly triptych (letter, image, text) until completing the 26 letters of the German alphabet.

Follow us:
english: https://www.instagram.com/achakutscher/
spanish: https://www.instagram.com/tomasruizrivas/ & https://www.facebook.com/antimuseo.artecontemporaneo

IRMGARD is a dictionary based on the family history of María María Acha-Kutscher, whose grandparents Irmgard Kutscher (German) and Juan Acha (Peruvian) met, married and had their first two children in nazi-era Munich. The dictionary comprises a series of entries from A to Z, under which the authors have arranged drawings and passages of text. In this way, a narrative is constructed which seeks to bring to life an inner history unfolding during the rise and fall of national socialism. Told from an emotional standpoint, it makes no claim to be a purely historical account and consists of fragments, individual images, flashes and sparkles, which acquire meaning when viewed as a whole.   
The drawings and texts in this book should, therefore, be seen as new creations and not as historical reference works. Instead we hope that the memories presented within it succeed in moving the reader by exploring topics that tap into universal emotion.
The dictionary takes the form of an installation of 26 triptychs. Each one features the first letter of a previously-chosen word, from which the drawing and text originate.

Con el apoyo del programa de ayudas a la creación y la movilidad del Ayuntamiento de Madrid.

Un demonio de mil rostros, diario de un enfermo de Covid

Llegué a Urgencias del Hospital Gregorio Marañón de Madrid el pasado 28 de marzo. Días antes había tenido síntomas leves, que son el primer rostro del coronavirus, pero desde el 24, fecha de mi 59 cumpleaños, sufría fiebres altas, hasta 40º, y la concentración de oxígeno en mi sangre había bajado casi al 80 por ciento. Me estaba asfixiando. Tuve suerte y me asignaron enseguida una cama en la UCI, paciente 1313. Les resultó fácil controlar la fiebre y estabilizar otras constantes. Además no tosía. Tampoco padecí anosmia ni dolor de cabeza. Pensé que eso sería todo, que mi estancia en la UCI apenas daría para un par de anécdotas y en pocos días estaría en casa. Pero algo fallaba: la concentración de oxígeno seguía cayendo. Me habían puesto no una, sino dos máscaras a toda potencia y sólo conseguía realizar breves inspiraciones. Sentía como si mis pulmones se  hubiesen reducido al tamaño de dos nueces, y por mucho que me esforzase, ése era el aire que cabía en ellos.

Comprendí por primera vez que todo podía salir mal y conocí uno de los muchos rostros de la Covid: la angustia. ¿Qué iba a ser de mi pareja si yo no superaba la crisis? Mi muerte sería indolora, suavizada por el coma inducido. ¿Pero qué le esperaba a ella? ¿Soportaría el dolor, la soledad? Su familia vive en México y de la mía no hay nada bueno que esperar. Nuestra única propiedad es el piso donde vivimos, que está a mi nombre, y los impuestos la obligarían a malvenderlo. Aquellas fueron las primeras lágrimas de las muchas que he derramado hasta ahora.

El 3 de abril el doctor sugirió la necesidad de intubar. Ya lo esperaba y tenía preparada mi respuesta: «Carezco de criterio para valorar las consecuencias, creo que es una decisión médica y debe tomarla usted». Mientras media docena de sanitarios me manipulaban recordé la frase con que Stendhal nos definió en La Cartuja: obstinado como un español. Así soy y antes de perder la conciencia me juré sobrevivir. Aguantaría el dolor, el miedo, las humillaciones inherentes al tratamiento médico, la desesperante rehabilitación, las posibles secuelas, pero sobreviviría.

La realidad resultó ser mucho peor de lo que imaginaba. La sedación no es un plácido sueño, sino un abismo de pesadillas. Caes en un pozo sin fondo porque la mente nunca para y tiene que convertir tus miedos en imágenes: la incertidumbre antes de entrar en el coma, del que no sabes si volverás; las secuelas, que pueden incluir daños neurológicos; la soledad de los tuyos en la desgracia. Todos tenemos pesadillas en este trance. Me han contado de un hombre que veía a su mujer en la cama vecina y le habían amputado una pierna. Cuando despertó se sorprendió de que anduviese tan bien con una prótesis. Le llevó tiempo comprender que sufría un delirio. Otro apareció en un frente de guerra donde un pelotón buscaba a su hijo para matarlo y tenía que encontrarlo antes que ellos para salvarlo. Otro veía como su mujer se partía en pequeños fragmentos que caían al suelo y se fundían como cubitos de hielo. Yo entré en una distopía médica futurista. Una sala llena de máquinas y monitores destinados supuestamente a curarme, pero que me atormentaban con sus tubos, vías y otras ideas más retorcidas, como mantenerme un día entero colgado de la pared con un arnés. Pero lo peor era que nunca había personas, sólo máquinas.

Otro delirio más simpático, ya tras despertar, consistía en que el pabellón de la UCI estaba en constante movimiento. Una noche navegamos hacia Barcelona por un mar embravecido, cargados con obras de arte. Y otra aterrizamos en los cerros que rodean la ciudad de Medellín, en Colombia. Pedí que me dejasen salir para ver la ciudad al amanecer, pero la enfermera insistía en que nos encontrábamos en Madrid. La miré con cara de «a mí no me engañas» y volví a dormirme. Acababa de salir de la sedación, que duró seis días, y estaba tan débil que ni siquiera podía girarme en la cama sin ayuda. 

Pero lo cierto es que desperté bastante bien. Volvía del mundo de los muertos. He recordado con frecuencia la escena en que Ulises invoca el espíritu de Tiresias, para mí el pasaje más triste de la Odisea, pero él no bajó al sombrío reino de la muerte y yo siento que he alcanzado los últimos peldaños de su escalera. Y el SARS-COV2 se parece más a los monstruos que lo acosaban a lo largo de su viaje, algunos de bello rostro, otros repugnantes, que al inframundo donde vagan las almas de los héroes griegos. Un demonio que adquiere apariencias insólitas y ataca por sorpresa a quien menos se lo espera.

El camino de vuelta no es fácil. Otro rostro más de la Covid. Mi mejoría empezó al tercer día y me he librado de la traqueotomía por pocas horas. En total he pasado más de tres semanas en la UCI y un mes largo ingresado. La “subida a planta” es dura, tuve una crisis nerviosa provocada en parte por una televisión que emitía noticias de Telemadrid en un bucle incesante: el caníbal de Ventas, el éxito de unos músicos canarios de los que nunca oí hablar, las diatribas preelectorales… Y la primera noche en casa te sientes indefenso. Ya no hay timbre para la enfermera. Temía morir durante el sueño. Necesitaré al menos tres meses para recuperar la masa muscular perdida y la movilidad normal. Hay quien tarda un año.

En cuanto a mi “despertar”, pude responder al cuestionario del doctor y por supuesto pregunté por mi mujer. Su Covid fue leve, aunque el infierno que ha atravesado no se diferencia mucho del mío. Pero el médico la había llamado todos los días, festivos incluidos, para ofrecerle un parte detallado de mi evolución.

Y esta es la gran paradoja de mis pesadillas, porque en la UCI nunca estás solo. Y no me refiero a la atención médica propiamente dicha. Los pacientes en cuidados intensivos lloramos, sufrimos ataques de ansiedad, nos desesperamos, a veces nos atan, porque si no estás lúcido puedes arrancarte los tubos o las vías. Nos cagamos encima porque estamos demasiado débiles para levantar las caderas y usar la cuña. Convivimos con la muerte entre pesadillas y delirios. Y siempre, cada segundo del día, hay un o una sanitaria que te coge la mano si estás llorando, que te acaricia el pelo grasiento (en la UCI te desinfectan, pero no te duchan) si el pánico asoma en tu mirada. Sientes que eres lo que más les importa del mundo, aunque ni siquiera te conocen. Una enfermera me regaló dos pelotas de goma color amarillo chillón con una sonrisa y unas gafas de sol impresas, para que ejercitase las manos. Un enfermero inventó un sistema para insertar un trozo de catéter en una botella de agua, porque la manos me temblaban y no podía beber sin derramarla. Así succionaba como por una pajita. Es un calor humano que no había conocido antes. 

¿Por qué lo hacen? Desde luego no por dinero. La pequeña comunidad de Intensivos es la primera línea en la lucha contra la Covid. Escuché que algunos la habían pasado en la primera ola, incluso habían contagiado a sus familias. Recordemos que cuando empezó la pandemia no tenían ni mascarillas. Muchos son inmigrantes y es fácil imaginar el enorme esfuerzo que hay detrás de sus carreras. 

Lo hacen, sépanlo ellos o no, porque representan los valores más elevados de la cultura europea: la fraternidad, la empatía, el espíritu de sacrificio, el sentido de la justicia, la igualdad. Los naufragados sueños de la Ilustración. Todo lo que podemos tener de bueno entre tantas aberraciones de nuestro pasado.

El mal es fácil de ver y resultón para narrar. La literatura siempre lo ha preferido y en la Historia ha ganado demasiadas veces. El bien es confuso, con frecuencia aburrido, carece de esa banalidad escandalosa que describía Hannah Arendt en su libro sobre Eichmann. No sé si mi experiencia en la UCI se puede identificar con «el bien». En realidad detesto las valoraciones morales, porque siempre concluyen en inquisiciones, arbitrariedades y condenas. Pero lo que he reconocido sin lugar a dudas entre aquellos médicos, enfermeras  y auxiliares de Intensivos es la clase de mundo donde quiero vivir. Una sociedad por la que merece la pena luchar. No es política, va mucho más allá. Es algo que quizás todos sabemos, pero mantenemos en la esfera de lo teórico, ese anticapitalismo genérico que lo mismo vale para un roto que para un descosido, pero separado de los pequeños gestos de cada día. También debería estar en el arte, pero no como discurso, no manifiestamente, sino en el centro de las relaciones de este sistema basado en la injusticia que nos hemos acostumbrado a tolerar. Quiero pensar que si la vida esconde un sentido, tendrá que ver con todo esto. Por el momento mi única certeza es que estoy vivo, más vivo que nunca.

NOTA: durante años me he ceñido en los contenidos de este blog a cuestiones artísticas y de políticas culturales, evitando entrar en otro tipo de debates o en asuntos de actualidad. Esta vez me he tomado la libertad de publicar un texto de carácter más personal. La experiencia que narro la han compartido millones de personas y, lo que es peor, siguen y seguirán compartiéndola. Muchos no viven para contarlo. Me he decidido a incluirlo por dos motivos: mi agradecimiento a los médicos y sanitarios del Hospital Gregorio Marañón, un hospital público, por cierto, y un contexto político difícil para el mundo de la cultura, después de que la mayoría de los madrileños hayan votado emocionalmente, entiendo, un mensaje de negación de la Covid —Aquí no pasa nada, tómate unas cañitas— agotados por meses de restricciones y pérdidas económicas, y animados por los avances en la vacunación. También soy consciente de que en la situación actual este texto puede parecer inoportuno, pero quizás sea todo lo contrario. Quizás sea el momento de pensar qué valores sustentan nuestras ideas y en qué ámbitos los aplicamos.