En 2014, con ocasión del proyecto Mírame a los ojos en Ex Teresa Arte Actual, Ciudad de México, entrevisté a Lorena Wolffer y hablamos sobre arte, feminismo y la situación que se vivía entonces allí. En estos casi diez años han cambiado muchas cosas: las mujeres mexicanas se han movilizado contra la violencia machista que azota de manera impune a esta sociedad, aunque la lucha contra el feminicidio sigue teniendo escaso éxito. El mundo del arte poco a poco otorga un merecido reconocimiento al trabajo de Lorena, que en 2015 tuvo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno y cuya obra forma parte hoy de la colección del MUAC. Y en términos más generales, el feminismo ha dejado de ser una asignatura pendiente del arte mexicano, gracias a figuras como ella o Mónica Mayer, entre otras.
Creo que es interesante recuperar aquella entrevista, ahora que Lorena Wolffer vuelve a Madrid para realizar una performance junto a su hija Kira, en el programa Visión y presencia, curado por Semíramis González en el museo Thyssen-Bornemisza (22 de marzo de 2023), y participa en la exposición Luchadoras, mujeres en la colección MUAC, en la Casa de México en Madrid (hasta el 21 de mayo de 2023).
Antimuseo: Cuando llegué a México en 1996, encontré una escena muy interesante, y creo que excepcional y que tenía mucho sentido, de performance feminista, o al menos de performance que reflexionaba sobre el género y la condición femenina. Me refiero a artistas como Andrea Ferreyra, Katia Tirado, Lorena Méndez y tú misma, claro, entre otras muchas. ¿Qué valoración puedes hacer ahora, con la perspectiva del tiempo, de aquel momento o de aquella generación, si se puede llamar así?
Lorena Wolffer: Yo creo que el tema de las mujeres y el performance en los 90 es bien interesante; es cierto que hubo una especie de boom y que fue un momento importante, más que un movimiento. Incluso Mónica Mayer recogió lo que sucedió en el libro Rosa Chillante, en el que incluye la obra de muchas de las performanceras que trabajábamos entonces. Pero si bien había una preocupación por temas relacionados con las mujeres y el género, nunca fueron planteamientos feministas en forma. Yo creo que hay una diferencia entre el trabajo que Mónica y Maris Bustamante produjeron en los 80 y lo que sucedió una década más tarde. Porque, además, entonces eran sólo ellas. No sé si conoces la historia de cuando formaron Polvo de Gallina Negra, que llamaron de esa forma porque habían tratado de colaborar con otras mujeres y nadie quiso, y cuando lanzaron la invitación a formar un colectivo tampoco hubo respuesta. El caso es que formaron un colectivo de dos y dijeron: ‘por aquello del mal de ojo que nos van a echar, que ya sabemos que viene, nos llamamos polvo de Gallina Negra, anticipando’. Mónica me ha contado que años antes, cuando los Grupos estaban en pleno auge, todo iba bien hasta que alguien le preguntó a las mujeres cómo pensaban apoyar a su parejas hombres; entonces se dieron cuenta de que no estaban en igualdad de circunstancias y que se esperaban cosas distintas de ellas. En resumen y para insertarnos en la historia, el trabajo de Maris y Mónica fue fundamental porque hablaba de temas abiertamente feministas, y con feministas me refiero a una postura pero también a la información que manejaban, porque disponían de todo un bagaje teórico e ideológico (Mónica, por ejemplo, había estado en el Women’s Building de Los Ángeles, un espacio dedicado al arte feminista que se fundó en 1973).
Pero yo creo que una cosa fue aquello y otra muy diferente lo que sucedió en los 90. En los 90 confluyeron una serie de preocupaciones individuales, pero que no necesariamente se insertaban en un discurso feminista, sino más bien en el marco teórico del performance y del uso del cuerpo que esta disciplina supone. Un ejemplo son las piezas de Katia Tirado: ‘Día 28’ giraba en torno a la ovulación y los ciclos menstruales, y en ‘Exhivilización o Las Perras en Celo – Nichos Púbicos ’ dos mujeres luchaban por la idea del macho sobre un ring de lucha libre. Los postes del ring eran unos falos enormes con cohetes dentro y la pelea era por llegar a ellos, prenderlos y producir una enorme y luminosa eyaculación. Por su parte, el trabajo de Andrea Ferreyra, ‘Chuchita la Boxeadora’ se centraba en el personaje de una boxeadora con todo lo que eso suponía en lo que se refiere a los avances de la posición y los derechos de las mujeres, pero era una luchadora que al final perdía. Trataba de hablar pero no podía porque tenía el protector bucal, intentaba agarrar algo pero no lo lograba con los guantes de box… Entonces terminaba reproduciendo y regresando a la discriminación de las mujeres que se pensaba ya estaba quedando en el pasado.
Todo esto para decir que fue una confluencia interesante, muy potente, pero no estaba basada en una plataforma de pensamiento o cuestionamiento feminista. Tiempo después Katia empezó a trabajar en otro tipo de cosas, Andrea prácticamente ha dejado de producir obra, Lorena Méndez está más interesada en el trabajo con personas en situación de encierro en cárceles… Como decía, creo que el momento tuvo más que ver con el performance, con lo que el performance puso sobre la mesa, que con el feminismo.
Antimuseo: Sin embargo, y salvo por los esfuerzos documentales e historiográficos de Mónica Mayer, esta reflexión sobre la mujer apenas ha tenido lugar en el gran relato que se ha ido construyendo en torno al arte mexicano de los 90. Incluso en aquel Mexican Moment, ya fábula de fuentes como diría el poeta, la representación de las artistas que estaban planteando preguntas sobre la condición femenina, el cuerpo de la mujer, etc., es prácticamente nula. Pero además todo esto que me estás diciendo me hace pensar que quizás uno de los problemas que se da en aquel momento es que no se construye un discurso crítico que dé sentido a esas prácticas, que permita conectarlas en una determinada dirección. Pienso que uno de los muchos mecanismos de discriminación que operan en el mundo de la cultura es precisamente invisibilizar lo que no interesa excluyéndolo del espacio teórico. Entonces hay dos aspectos: ¿Faltó en los 90 un esfuerzo crítico que permitiese enfocar estas prácticas, como lo fue Curare para la renovación de los lenguajes? Y luego, ¿por qué en el relato a posteriori se han invisibilizado?
Lorena Wolffer: Vamos a regresarnos tantito para aclarar una cosa: lo que decía antes acerca de la falta de una plataforma teórica no significa que no hubiera una respuesta a la opresión y discriminación sistemática de las mujeres en los trabajos que hacíamos entonces. Asumimos una postura de decir: estamos trabajando con el performance que está ubicado en el cuerpo y, por tanto, nos obliga a cuestionar cómo están inscritos nuestros propios cuerpos. Nuestra respuesta era nuestra propia obra.
Sin embargo, yo creo que en efecto sí faltó una mirada crítica sobre nuestro quehacer, porque existía el registro que llevaban personas como Mónica y ciertos periódicos, pero no había un diálogo ni una elaboración teórica de lo que estábamos haciendo. Lo grave es que no lo había entonces y tampoco lo hay ahora. No había crítica para el performance ni de mujeres, ni de hombres, ni de nada, y sigue sin haberla, tanto que la producción de performance es lo que es hoy, sin más comentarios. Nunca generamos un sistema, un espacio o un mecanismo que pudiera analizar y desmembrar qué funcionaba, por qué y cómo.
Dicho esto, por supuesto que creo que en general hubo y sigue habiendo un esfuerzo por invisibilizar una serie de prácticas que son incómodas para un sistema. Lo que hicimos entonces quedó grabado en un par de libros, en el archivo de Pinto mi Raya, en algunas tesis y… no hay más. Fue entonces cuando se empezaron a privilegiar una serie de prácticas que tenían que ver con formar parte del mundo del arte a nivel global, de que México empezara a existir en el mapa del mundo del arte, y eso suponía dejar de lado, ignorar o invisibilizar ciertos trabajos en aras de complacer a esa nueva mirada que estaba descubriendo lo que se hacía en México.
Y eso dejó de lado al performance pero también muchas otras cosas. No creo que haya sido una asunto dirigido contra esta disciplina en específico; sabemos que una de las más eficaces técnicas de la discriminación consiste en privilegiar algo y que ese acto mismo invalide y desaparezca todo lo demás.
Pero lo que creo que sí es importante aclarar es que si en los 90 decíamos que había que crear los espacios para mostrar lo que hacíamos —porque esa era la premisa, que los espacios no estaban dados y por tanto era nuestra responsabilidad generarlos—, también tendríamos que haber originado un espacio crítico. Toda la energía estaba puesta en hacer, y era tan difícil hacer que lo que venía después ya era imposible… Es lo mismo que sucedía con el registro: los cinco pesos que había se utilizaban en la producción y por supuesto que no sobraba dinero para un catálogo, para un texto, para nada, porque todo lo que había y todo lo de tu bolsa ya se había ido en poder presentar la pieza. Entonces es también un problema de acceso y de cómo un sistema va dejando de lado cosas y hace que sea imposible mantenerlas.

Antimuseo: Entonces, me gustaría saber si tú ves algún tipo de relación profunda entre todo el desarrollo de un relato del arte, que en realidad es un correlato del cambio político en México y de su entrada al mercado global, y que da lugar a una situación paradójica, porque es un relato de progreso, pero por otro lado la violencia contra la mujer se ha incrementado de una forma brutal. Y paralelamente el feminismo está ausente por completo del panorama artístico. Lo que quiero decir es que confluyen aquí una serie de circunstancias y me gustaría conocer tu visión.
Lorena Wolffer: Es que honestamente yo no creo que el feminismo haya estado jamás en el arte mexicano, empecemos por ahí. Ha habido estos esfuerzos en momentos puntuales, coyunturales entre varias artistas, pero no creo que haya sido jamás parte de lo que llamamos el arte mexicano. Vuelvo a lo que decía antes: quienes hacíamos performance en los 90 no nos insertábamos en un discurso feminista porque muchas ni sabíamos bien qué era, ni en qué habían consistido los movimientos feministas en México y en otros lugares. A la fecha existe en muchas mujeres una desinformación alucinante respecto a lo que el feminismo es. Muchas personas equiparan el feminismo con el odio a los hombres y otras ideas absurdas que nacen de una desinformación brutal, cuando el feminismo lo que planteaba entonces y ahora son una serie de cambios estructurales, en la defensa de las otras y los otros que operan fuera del sistema patriarcal, heteronormativo, binario, etc.
Y por otra parte Juárez no empezó a suceder en los 90, como dice mucha gente. Juárez empezó a denunciarse en los 90. Por lo tanto es imposible saber si estamos hablando de una violencia que apareció y no ha dejado de crecer, o si se trata de una violencia que siempre estuvo pero que en cierto momento se empezó a denunciar. Y en lo que muchas feministas insistimos es que hay muchos Juárez, lo que pasa es que allí hubo un grupo de mujeres que señalaron lo que estaba sucediendo, algunas a costa de su propia vida. Eso es algo que no ha pasado en el Estado de México, que tiene cifras iguales o peores dependiendo del mes en que lo mires.
Siempre me ubico en la legislación porque creo que las leyes hablan mucho de quiénes somos y dónde estamos. La sentencia de Campo Algodonero, el caso de las tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez que se presentó en la Corte Interamericana, es muy interesante porque señala una serie de cosas y plantea también una serie de problemáticas. Por ejemplo, señala que reconocer un asesinato es en sí una forma de reparación — como también lo hacen las Comisiones de la Verdad— pero además declara co-responsable a Estado mexicano de los crímenes; es decir, culpa a los perpetradores pero también responsabiliza al Estado mexicano. Hay un término que viene del latín, Restitutio ad integrum, que se refiere a una forma de reparación que implica que las cosas vuelvan a su estado anterior, a como eran antes del crimen o el incidente para que las y los sobrevivientes de un crimen puedas gozar de ellas. Pero en México y en estos tres casos, lo que la Corte Interamericana declaró es que no puede sentenciar una restitución de esa naturaleza pues implica regresar al estado discriminatorio y a las propias condiciones que produjeron el crimen y que es necesario cambiar la cultura mexicana.
En conclusión, en el arte, hubo una especie de señalamiento generalizado de lo que sucedía en Juárez pero muy pronto dejó de ser un tema importante. Tan es así que yo me acuerdo de entrevistas en las que me preguntaban: “¿Pero por qué sigues hablando de Juárez? Fue noticia y ya no lo es, ¿por qué la insistencia?” Y la respuesta era y sigue siendo aterradora: porque se sigue matando a mujeres. Y no procesar y no enjuiciar a nadie en la mayoría de los crímenes lo que hace es establecer un nuevo estado de las cosas, donde es permisible, aceptado, normal y natural asesinar a mujeres y niñas.
Antimuseo: Pero yo me refería más bien al contraste tan brutal que se da, y no sólo en este campo, sino en todo lo que está pasando en México, como la desigualdad, entre este desarrollo de un arte cosmopolita, que encarna una promesa de modernización y apertura de la sociedad, y la realidad que va en dirección contraria. Es un choque que visto años después lo encuentro muy sorprendente. Que todo ese impulso creativo que tuvo un impacto tan impresionante en su momento, parece que no tiene ninguna relación… Hay algo que no encaja ahí. La reflexión iba más bien en esa dirección.
Lorena Wolffer: A la fecha, no deja de sorprenderme la negativa de muchas mujeres a asumir una postura feminista, a llamarse feministas o a hablar de lo que nos sucede a las mujeres en este país. Hay una renuencia absoluta y una negación tal que lo único que me hace pensar es que forma parte del mismo mecanismo que oprima, violenta y discrimina a las mujeres; que se trata de ese mecanismo en su mejor expresión. Porque no puedo entender que artistas a quienes respeto y que producen trabajos evidentemente feministas, estén peleadas con el término o con ser identificadas como personas que abogan por los derechos de la mujeres. También hay una diferencia, creo que es importante señalarlo, entre el discurso y la realidad. Existen ciertas obras que yo leería como claros enunciados feministas y cuando hablas con quienes las hicieron, te dicen: “Ah, no, mi finalidad era puramente estética. No hay aquí un comentario de género, y por supuesto no busco que esto se inscriba dentro de una serie de conversaciones o discusiones con respecto ni al feminismo, ni al género, ni a nada que se le parezca.”

Antimuseo: Esa es una situación que da globalmente, al menos en los países que yo conozco. En México es extremo, porque aquí hay un rechazo del término feminismo en muchos ámbitos, no sólo en el mundo del arte, que es quizás un mundo particularmente neoliberal, que está imbuido en esa ideología de mercado, sino en el mundo académico y en otros ámbitos me he encontrado gente que dice: “no, feminismo no”. Y respecto a lo que tú dices, efectivamente sí hay casos que son sangrientos, de obras que están entrando a determinados circuitos entendidas como feministas, y en realidad son lo contrario, en realidad son apologías de la violencia.
Lorena Wolffer: Bueno, eso también lo podríamos extender a otras prácticas, que no son sólo producidas por mujeres. Te pongo dos ejemplos. El primero es el SITAC de hace un par de años que aparentemente se centró en el feminismo sin jamás mencionar la palabra feminismo. Es un fenómeno que ilustra lo que estamos hablando muy claramente. Yo no fui porque no voy nunca, igual que no voy a las ferias de arte, simplemente porque no es mi territorio, no las entiendo y no me dicen nada. Pero el reporte de gente que conozco es que todo trataba sobre posturas feministas pero nadie jamás mencionó la palabra. ¿Cómo te armas todo un simposio alrededor de un movimiento, que además de ser absolutamente vigente y pertinente propone una serie de ideas que rebasan el género, es decir, el planteamiento en general de los sistemas de poder, cómo te lo armas para no mencionar la palabra jamás en todo el simposio? Y por el otro, de pronto se puso de moda el arte de denuncia frente a la ola de violencia en México, y el famoso término del “arte comunitario”. Yo sé que es complicado poner esto como ejemplo, pero en la Marcha por la Paz y la Dignidad hubieron una serie de personas que le plantearon a Sicilia la necesidad de separar y de entender la violencia hacia las mujeres como un fenómeno distinto de la violencia generalizada, derivada del narco y de la guerra contra las drogas. Y Sicilia y su grupo dijeron que no, que toda la violencia es la misma. Y se negaron a establecer una distinción y a tratarlo como un tema diferente, cuando yo creo que es, definitivamente, un tema distinto. Es decir, que la ola de violencia toca a la violencia contra las mujeres, claro, pero no es lo mismo. Provienen de lugares muy diferentes…
Antimuseo: Y no van a acabar de la misma manera.
Lorena Wolffer: No. Y normalizan una serie de cosas que no tienen que ver la una con la otra. Entonces para mí este planteamiento del Movimiento por la Paz y la Dignidad, lo único que hace es echarle fuego al sistema que posibilita la discriminación, la opresión y la violencia contra las mujeres. Y si analizas el slogan “Estamos hasta la madre”, yo ya no tengo nada que decir, y por supuesto que jamás me podría unir a un movimiento que defiende una serie de ideas discriminando o violentando otras.
Entonces existe ese fenómeno rarísimo cuando de pronto se empezó a producir muchísimo arte que habla de la violencia, pero una vez más es la violencia generalizada. Es lo mismo que hizo Sicilia. Vamos a hablar de la violencia, vamos a hablar de la violencia generalizada en el país, pero no vamos a hablar de la violencia de género como un fenómeno distinto. Y es volver a invisibilizarla y volver a normalizarla. Esto no se merece ni siquiera ser mencionado, con lo cual se transforma en algo normal.
Antimuseo: En los meses que llevo en México he podido constatar que hay bastantes mujeres jóvenes haciendo arte, algunas con una buena respuesta al menos desde las instituciones: Marcela Armas, Nuria Montiel, Amor Muñoz… Sin embargo el arte feminista, en un sentido amplio, es casi inexistente, salvo los talleres de Mónica Mayer, artistas extranjeras como Julia Antivilo, que creo que ya se ha ido de México, o María María Acha-Kutscher, o ya en extremo personajes muy marginales como Frida Con Todo Mi Odio. ¿Qué ocurre? Estas artistas, las que he citado, sin entrar en si su obra es mejor o peor, porque en realidad están muy bien, pero ninguna de ellas muestra la menor preocupación hacia una situación en la que yo creo que las mujeres en México vivís completamente inmersas. Porque no es lo mismo la experiencia diaria en una ciudad como Madrid que en una ciudad como México. Me sigue sorprendiendo la falta de respuesta desde el mundo del arte.
Lorena Wolffer: Yo creo que hay también una serie de sistemas de negación. Sistemas de negación entendidos no como el proceso psicológico individual, sino sistemas de un país. Creo que sucede lo mismo con la violencia hacia las mujeres lo mismo que con la violencia generalizada. Lo hablé en algún momento con una chava de Colombia que trabajaba con los grupos que se dedicaron a producir acciones en la calle como una forma de recuperar los espacios públicos. Lo que ella decía, y esto fue hace más de cinco años, era: “me alucina que en México, estando en la situación en la que están, nadie toma medidas de precaución y no se han establecido nuevos mecanismos de autocuidado y de seguridad. A estas alturas en Colombia no hacia falta que hubiera toque de queda, nadie salía a partir de cierta hora. Habíamos implementado una serie de acciones ciudadanas para cuidarnos, donde si tú salías tenías que avisar que habías llegado. Entonces no entiendo lo que pasa aquí, que están en una situación como la que estábamos allí entonces, pero todo el mundo sigue saliendo de noche y operando como si no pasara nada.” Y pasa este fenómeno tan extraño pero tan común que si no te pasa a ti, no existe. Lo brutal de la violencia en este país es que hasta que no te pasa a ti, es algo que sucede allá, que sucede lejos y que no te toca. Yo no puedo atribuir este fenómeno más que a un sistema generalizado de negación que sustenta y habilita los sistemas discriminatorios donde, entre muchísimas otras estrategias, se personaliza la violencia hacia las mujeres para que todas pensemos que es un asunto individual y no un problema político, social o cultural. Este sistema del cual estamos intentado escapar genera toda una serie de mecanismos donde a mí no me toca, a mí no me afecta hasta que no me sucede.
Este sistema opera por exclusión, pero también opera de una manera dirigida. Y pensaba que el señalamiento y castigo de quienes hemos producido obras abiertamente feministas es brutal. A mí me han acusado por ejemplo… de aprovecharme de la situación de Juárez para hacerme rica y famosa. Como si hubiera una suerte de ganancia mía, o de quienes hacemos esto, en denunciar; Entonces hay un señalamiento, una acusación. Me estoy acordando ahora de hace unos años, que vinieron las Guerrilla Girls a dar una conferencia, y estábamos a mitad de la conferencia y alguien les preguntó que por qué la insistencia, ¿Cuál es la necesidad de insistir en algo que aparentemente no es tan importante, sobre todo cuando hacer una obra feminista es tan ‘fácil’? Entonces una de las Guerrilla respondió: «¿De qué estás hablando? Hacer este tipo de obra no sólo no es fácil, sino es infinitamente más difícil que hacer cualquier ejercicio de esos que gustan y que salen en una revista de arte.» Es infinitamente más fácil operar desde esta postura que busca complacer al mercado y al estado del arte global, que estar en una especie de lucha permanente y además lanzando preguntas, preguntas que van cambiando a lo largo del tiempo.
O sea, las preguntas que yo me hacía cuando empecé con el performance, que en efecto eran cuestionamientos sobre qué significaba mi cuerpo de mujer, no son las preguntas que ahora hago.
Pero claro que sí hay un castigo, llamémosle así.

Antimuseo: Lo entiendo muy bien, porque yo siempre he estado marginado, porque no me ha interesado negociar de ninguna forma con los distintos estamentos que tienen poder dentro del mundo del arte, pero hay momentos que los ves muy claros. Uno de ellos, aquí, después de tomar la decisión de trabajar con los Faros en el Centro Portátil, eso ya me situó al otro lado de una línea imaginaria, y que ya es definitiva, porque ya no puedo cruzar en la otra dirección. Entonces me imagino que con el arte feminista ocurre algo similar. Si haces eso te ponen al otro lado de una línea, y esta línea sirve para que tú no vengas hacia donde se está gestionando el discurso, donde se hacen públicos los trabajos. Y quizás eso explica porque las artistas jóvenes ni siquiera saben que existe una línea con ese espacio al otro lado.
Lorena Wolffer: Para mí ese posicionamiento en el margen fue una elección y lo sigue siendo. Y como te pasa a ti, en efecto no hay retorno. Operar desde aquí implica otra serie de cosas, entre ellas la falta de visibilidad de esas otras posibilidades porque lo que ocurre es eso: que simple y llanamente no quedan registradas. Buena parte de mi trabajo de los últimos años lo vio quien estaba ahí y ya, porque es un trabajo en espacio público y no creo en la consigna de llamar a la prensa para que una pieza valga la pena.
Ahora, por ejemplo, en un ejercicio de memoria, estamos preparando una exposición para el Museo de Arte Moderno que documenta Expuestas: registros públicos, el proyecto en torno a la violencia contra las mujeres en el trabajé por alrededor de seis años. De pronto surgió la pregunta sobre cómo generar memoria: ¿cómo generar un registro de todo un proceso que en estricto sentido sólo yo vi y viví? O sea, lo vio muchísima gente pero nadie atestiguó todo el proceso. Incluso a mí me interesa ahora mirar y tratar de entender qué fue lo que hice y cómo se relacionaba una cosa con la siguiente. Y el reto, que he platicado con Sylvia Navarrete y Octavio Avendaño, la directora y el curador, es: ¿cómo hacemos para conservar el espíritu original de estas piezas? ¿Cómo hago para no traicionar el planteamiento mismo de las piezas en su tránsito a un espacio museístico? Entonces estamos encontrando, a partir de un diálogo, formas de registrar sin, sin…
Antimuseo: Sin hacer un empaque de mercancía.
Lorena Wolffer: Exacto. Pero eso es bien complicado porque además está toda la otra parte que no tiene que ver ni con posturas, ni con adjetivos, ni con defensas, que es de qué vivimos. Quién gana cuánto y de qué vivimos. Y la realidad es que yo he podido hacer lo que he hecho porque he tenido el Sistema Nacional de Creadores. Porque si no, las negociaciones que mi quehacer entraña, entre instancias que no colaboran de manera orgánica, son complicadísimas y no me reportan un salario justo para el trabajo realizado. Entonces, no sólo está el mundo de las ideas, sino que está el mundo real, que es de qué vives, y cómo comes y cómo haces para pagar tu renta. Y eso también se ve muy claramente en una postura como esta. Pues te tienes que buscar la vida de alguna manera.
Antimuseo: Eso es obvio, un artista no puede hacer ese esfuerzo de negociar entre diferentes instituciones para movilizar los recursos necesarios para producir su obra, y encima ganar suficiente dinero para vivir. No puedes hacer todo, es imposible.
Lorena Wolffer: No, y además oscilas entre que tú te estás haciendo millonaria hablando de la violencia contra las mujeres, por un lado, y después está la visión de la caridad que asume que todo trabajo activista se hace porque una es buena de corazón, es decir, mucha gente asume que no tienes porque ganar en el trabajo activista. Porque quién sabe de dónde, pero seguramente tienes un financiamiento de algún lado, que te permite sobrevivir para emprender esa lucha. Se establece una equivalencia que es aterradora, porque entonces todo lo que yo haga, o todo lo que haga cualquier persona que esté luchando por algo, por visibilizar algo, por señalarlo, pues se va a la bolsa de la Beneficencia.
Antimuseo: Creo que es la mentalidad de los países católicos, las monjitas que las mantiene la Iglesia. Bueno, la última pregunta ya no tiene mucho sentido, porque de lo que quería hablar si hay una renovación de lenguajes en el arte feminista, o en el arte que habla sobre la mujer aunque sea sin una conciencia clara de estar en posiciones feministas. Porque desde luego ya hay nuevos imaginarios sobre la mujer, hay otras cuestiones, e incluso la existencia de dispositivos electrónicos facilita la aparición de nuevos lenguajes. Por ejemplo, no sé si has visto la investigación que está haciendo María María, que no es exactamente sobre arte feminista, pero está sacando en VALF una serie de pequeñas notas sobre mujeres artistas que están abordando temas relacionados con la mujer desde perspectivas y lenguajes que no son los habituales del feminismo. Y está interesante porque por ejemplo algunas son chicas muy jóvenes en las que la sexualidad aparece de una manera que no habría sido posible ni siquiera en nuestra generación. Están ya en otro punto. ¿Hay algo así en México?
Lorena Wolffer: La verdad, tristemente no, aunque es importante aclarar que mis ligas con el arte y lo que se hace ahora tampoco están al día. Es decir, raramente voy a un performance y sólo asisto a las inauguraciones de amigos y amigas, que si no voy dejan de dirigirme la palabra. No tengo tiempo para estar al tanto de lo que está sucediendo… Pero, desde donde estoy, la verdad es que veo más estrategias interesantes afuera, afuera de México o afuera del arte. Hace unos meses vinieron Cabello y Carceller, que son amigas y de entrada, la estrategia que adoptaron al elegir un nombre que supone un anonimato de género, por ejemplo, es algo que no veo aquí. Y de pronto es mucho más interesante lo que sucede afuera del mundo del arte: Mildred García, que colaboró en mi exposición “Mírame a los Ojos” tiene un negocio de juguetes sexuales a domicilio; en lugar de venderte una crema o el rímel, te vende un dildo. Ella entendió perfectamente lo que pasa: estamos en una sociedad católica en la que las mujeres no hablan abiertamente de su sexualidad, y para poder hablar abiertamente de la sexualidad de una mujer lo que hay que hacer es ir a la sala de su casa. Ése parece ser el lugar donde realmente se puede hablar del placer de las mujeres. En el arte no lo veo. Quizás estoy muy desconectada o quizás en efecto no esté pasando, no lo sé. Otra sitio donde veo una serie de cuestionamientos interesantes y necesarios es el de las plataformas feministas. Por ejemplo los objetos de estudio en los seminarios del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM son infinitamente más avanzados en términos de género, que cualquier propuesta de cualquier artista local que yo conozca. Además, dos de sus principales programas giran en torno a trabajar con las mujeres en reclusión y con el ejército. En Santa Martha Acatitla, el reclusorio femenil, pintan murales con las internas como un ejercicio de libertad, posibilidad y enunciación de lo que les pasa a estas mujeres. Si el sistema legal en México es miserable, es infinitamente más miserable para las mujeres: muchísimas pagan las condenas de hombres o reciben sentencias mucho mayores que los varones. La discriminación se hace brutalmente evidente en los sistemas de justicia. Así que están en la cárcel por cosas como robar un celular, cumpliendo una pena altísima. Otro asunto es que uno de los principales crímenes para el encarcelamiento de mujeres es el parricidio y los motivos son obvios: ¿por qué una mujer habría de decidir matar a su padre? Las mujeres terminan cumpliendo condenas por haber asesinado a sus violadores, mientras en caso contrario los violadores están libres. Ese trabajo del PUEG ha sido increíble. Por otro lado, tienen un proyecto a largo plazo con el ejército, dando talleres de equidad y sensibilización de género a los soldados. Si pensamos en la forma en la que México está operando en estos momentos — con el ejército realizando actividades que deberían ser exclusivas, en el mejor de los casos, de la policía, y con atributos que no le corresponden e implican una relación directa con la sociedad — con quienes hay que hablar y establecer algún tipo de conciencia de género es con ellos.
Pongo estos dos casos como ejemplos puntuales de otros lugares donde se están inaugurando nuevos diálogos, que no son los del arte. Las artistas que me interesan están relacionadas con el feminismo pero más bien operan desde la teoría queer y/o el movimiento trans, como Sayak Valencia en Tijuana y Larisa Escobedo en Cuernavaca. Lo interesante es que no operan propiamente dentro del “feminismo de las mujeres” sino que están veinte pasos adelante cuestionando quienes deben ser las y los nuevos sujetos del feminismo, que es donde estamos muchas.

Antimuseo: Ya hemos agotado todos los temas que traía en mi libreta.
Lorena Wolffer: Es que este tipo de preguntas de ¿por qué?, son difíciles de contestar. Es muy complicado.
Antimuseo: Ya lo sé, es complicado, pero me interesaba porque es un panorama que si dejas de aceptarlo como algo dado, como ‘esto es México’, y punto, si dices ‘vamos a ver por qué esto es México, por qué tiene que ser así’, las contradicciones son muy fuertes. Y es muy interesante hacer la reflexión de qué pasó en los 90, qué dejó de pasar, qué está pasando ahora, porque las contradicciones son demasiado fuertes. En un país como España hay una tradición feminista, hay muchos estudios, curiosamente los curadores de arte feminista son hombres, no sé por qué, pero hay una cosa más estructurada, y ahora mismo está habiendo un resurgimiento de los debates en torno al feminismo. Pero la cuestión es que en España ha habido todo un proceso social y sí percibes un avance. Y en México hay una disociación entre artistas o intelectuales que están en cuestiones súper avanzadas, pero viviendo en una realidad en la que se han quedado cosas muy importantes, y ahí siguen. Aquí puedes tener núcleos que están en el siglo XXI, bien metidos, en todos los ámbitos, no sólo en la cultura o en política. También en la ciencia, en economía, en empresa… Tienes la Torre Mayor, y luego te vas no muy lejos y tienes condiciones de vida y de trabajo que no corresponden siquiera al siglo XX. Ese choque es sorprendente, y la poca respuesta del arte también es muy…
Lorena Wolffer: México queriendo transformarse siempre en un estado moderno… ahora está la Torre Mayor o la novedad fiscal de que los recibos y las facturas tiene que ser electrónicas. Y me pregunto cómo declara la gente que no tiene computadora, que es la mayoría de la población. Por otro lado, y volviendo al tema del arte, está el asunto del auge de propuestas que abordan la violencia pero que, la mayoría de las veces, terminan por reproducirla. Parecería que no estamos viendo los mecanismos detrás de la violencia, que nos estamos quedando solamente con la fachada, con los resultados de la violencia, pero no con sus raíces. El arte no parece estar reflejando la realidad, igual que el estado mexicano que insistentemente se dedica a negarla, por ejemplo con la Alerta de Género. Normalmente, las leyes corresponden al estado actual de las cosas; es decir, reflejan situaciones que ya son una realidad y garantizan que esa realidad continúe o se extienda a una población mayor. Creo que lo que pasa en México, con respecto a las mujeres y al género, es que las leyes existen de una manera completamente separada de la realidad. No hay una correspondencia entre la legislación y la realidad de las mujeres. Tienes esas leyes increíbles, que plantean una serie de posibilidades fantásticas, pero que no son aterrizables en la realidad de nadie. La disociación que hay ahí es brutal. Con la Alerta de Género se otorgan recursos a los Estados para que visibilicen y lancen campañas de prevención después de rebasar ciertas cifras de feminicidios y violencia. Y resulta que cada vez que se quiere pasar una Alerta se frena en todos lados, incluyendo el DF. Ese es el estado de negación al que me refería antes. Es un estado perfectamente orquestado de negación, en donde políticamente no conviene reconocer la realidad de los asesinatos y la violencia contra las mujeres. Quien está ahora como nuestro presidente es quien se negó sistemáticamente a que se pasara la Alerta en el Estado de México, una de las entidades federales con mayor índice de violencia. Ésa es la realidad; es una realidad de encubrimiento, de mandato político… Si eso sucede en esa escala, en un mundo ideal pensaríamos que el arte podría proponer alternativas, pero no, yo creo que el arte muchas veces termina alineándose con eso.