Stickers, hashtags & QRs

La fiebre de los NFTs(1) (non fungible tokens en inglés, nueva fastidiosa tabarra en español), ya que hemos empezado poniendo siglas hasta en el título, no ha golpeado en ARCO tanto como cabía esperar. Es un alivio. Debo decir que a mí los NFTs no me interesan nada. La primera redacción de este artículo comenzaba con una detallada explicación de mi postura al respecto, pero se la voy a ahorrar al lector para ir a lo substancial: puede haber buenas obras de arte que se basen en la tecnología NFT, pero el uso de esta tecnología, o de cualquier otra, no garantiza el menor interés en una obra de arte.

La cuestión es que los avances tecnológicos generan cierta excitación en el mundo del arte, con promesas de transformaciones profundas, recursos infinitos y futuros utópicos o distópicos, sin que en realidad nunca llegue a cambiar nada. Nada substancial en comparación con el impacto que esas mismas tecnologías han tenido sobre nuestras vidas y la forma en que nos relacionamos. Pero esto no es óbice para que de vez en cuando aparezcan proyectos que usan con inteligencia inventos última generación, porque, como he señalado al principio, la “calidad” —difícil concepto— de una obra de arte no tiene ninguna relación con el medio físico o soporte que el artista haya elegido para su creación. Por inercia seguimos pensando en video-arte, performance, instalación, arte digital, etc., además de los medios tradicionales, incluida la fotografía, aunque en realidad sabemos que lo que importa es otra cosa.

Todo esto viene a cuento de que hay tres proyectos recientes que me han llamado la atención. No los he buscado, no es éste uno de los temas que trabajo, se me han “cruzado” en las redes por así decirlo, y he decidido agruparlos en una reseña bajo este elemento común de un uso inteligente y crítico de los augmetend hells en que se han convertido Facebook, Instagram, YouTube, WhatsApp, etc. Por lo demás son muy distintos entre sí, aunque dos de ellos coinciden en el ánimo activista.

El primero es Aladas Victorias, un proyecto colectivo impulsado por la siempre admirada artista mexicana Lorena Wolffer para el Centro de Investigaciones de Estudios de Género de la UNAM, en México, que consiste en cinco colecciones de stickers para WhatsApp, realizados por otras tantas artistas y/o colectivas. Los stickers son gráficos que se pueden introducir en las conversaciones en este tipo de redes, como los emojis, sólo que mucho más flexibles en cuanto a diseño y pueden ser creados por los mismos usuarios. Estos stickers en concreto lo que persiguen, obviamente, es introducir una icónica de la lucha feminista en las aplicaciones de mensajería. Con ellos podremos contestar, en vez de con la carita amarilla sonriente o enfadada, con consignas feministas, dibujos, letterings o collages obra de las artistas invitadas por Lorena, todos con su mensaje a favor de los derechos y la seguridad de las mujeres. En todos los casos se trata de una adaptación o traducción de obras previas de estas artistas al formato del sticker y lo que se pretende es explorar nuevos canales de distribución del arte, más amplios, más conectados con nuestro tiempo, y alcanzar públicos también más diversos.

Participan la misma Lorena con dos series, Señalamientas y Pronombras; Invasorix con sus Amigxs Imaginaixs; Cerrucha con Históricas-Stickers; Betzamee con La Lenguaja y Códiga 1 y 2; y María María Acha-Kutscher con dibujos de Indignadas adaptados para su uso como stickers. Para no alargar este artículo más de la cuenta, remito a las imágenes y a los links de cada artista.

¿Cómo nos hacemos con los stickers para usarlos en nuestras conversaciones? Bueno, el camino es algo complicado: hay que bajarse un programa desde Google Play o Apple Store: Sticker Maker for Whatsapp. Una vez instalado en el teléfono los links que detallo más abajo nos dirigirán automáticamente a la opción de “añadir stickers”. Vienen agrupados en colecciones, la primera de las cuales es una selección de todas las demás. Aviso: cuando abramos el programa puede aparecer publicidad, no hacer caso.

Existe una forma más sencilla de añadir stickers sueltos a nuestro WhatsApp, y es recibirlo en una conversación y añadirlo a nuestra colección. En Android se mantiene el dedo pulsado sobre la imagen hasta que aparezca resaltada y luego se pulsa sobre la estrella de favoritos que hay arriba de la ventana de diálogo. Luego, en el curso de una conversación, sólo hay que cambiar de emojis a stickers y seleccionarlo. Un poco lioso al principio y me imagino que el procedimiento cambia en cada sistema, pero enseguida se aprende.


Colección completa Aladas Victorias:
https://open.stickercommunity.com/pack/NIR8ML

COLECCIONES INDIVIDUALES

Betzamee
Conversaciona la lenguaja: https://open.stickercommunity.com/pack/PY2J0R
Códiga 1: https://stickercommunity.com/pack/EWBIA9
Códiga 2: https://stickercommunity.com/pack/MZSDPJ

Cerrucha
Históricas: https://open.stickercommunity.com/pack/KX7YGO

Invasorix
Amigxs imaginarixs: https://open.stickercommunity.com/pack/LFHMUZ

María María Acha-Kutscher
Indignadas: https://open.stickercommunity.com/pack/J79PLH

Lorena Wolffer
Señalamientas: https://open.stickercommunity.com/pack/R73WKZ
Pronombras: https://open.stickercommunity.com/pack/PK4XL5

El segundo proyecto es de Sandra Paula Fernández, una artista bien conocida en Madrid, que el 8 de mayo de 2019 nos deslumbró con el enorme tapiz #tod@sauna, la revolución se hace a golpe de aguja, compuesto por cerca de trescientas consignas feministas, que llevó a la marcha montado en un andamio de cuatro metros de alto.

#tod@sauna en la manifestación del 8 de marzo de 2019.

Este proyecto tiene como punto de partida de hashtag en Instagram: #loveisintheearth21. Sandra Paula lanzó con él una convocatoria para reunir frases, lemas, fotografías y vídeos en defensa de los derechos LGTBIQA+. Al mismo tiempo emprendió una extensa investigación para localizar en esta red contenidos que cuadrasen con su convocatoria y repostearlos en su perfil. Este proceso abrió nuevos diálogos con los autores de las fotos y vídeos, retroalimentando a su vez el proyecto. El resultado es impresionante y el perfil de Sandra en Instagram, o si buscamos por el hashtag, se ha convertido en un canto a la diversidad, un espacio de libertad donde personas de países diversos y en diferentes lenguas han podido expresarse y compartir sus sentimientos.

Podemos ver, entre cientos de testimonios, una niña trans que nos da lecciones de tolerancia; una lesbiana, Conchi, que conoció la represión en tiempos no tan lejanos —le quitaron sus hijos por enamorarse de una mujer; otra mujer que canta una canción sobre Roomates, just roomates, mientras de fondo van pasando viejas fotografías de parejas gays afroamericanas; un joven trans que con su bebé a la espalda nos narra en otra canción su historia de abusos, adicción y encuentro consigo mismo; una mujer y un travesti con ropa tradicional de la India que cantan juntas lo que podemos imaginar que es una canción de amor; una marcha de gays against guns en Nueva York; unas Super Powerpuff (trans) Girls que vuelan y luchan contra la homofobia; una niña con su papá trans; cientos de fotografías con testimonios escritos… y bailes, besos, abrazos, amor, mucho amor.

Por último, Una historia de fantasmas de Nieves Correa utiliza el código QR como elemento de conexión con el público accidental que transita por la calle Martín de los Heros de Madrid, cuya memoria es la protagonista de la pieza.

El código QR, por si acaso, es ese cuadradito con un patrón de puntos característico que con la pandemia se ha popularizado por ejemplo para substituir los menús impresos en los restaurantes. Aunque se inventó en Japón en los años 80, su actual estándar no se aprobó hasta 2000 y su expansión mundial comenzó en el 2010, cuando se introdujo en los Estados Unidos. Sirve para acceder de manera rápida a direcciones en Internet (webs, emails, aplicaciones…) y requiere el uso de un dispositivo con cámara y un programa que lo decodifique.

Una historia de fantasmas consiste en una intervención en el espacio público que parte de un itinerario por la mencionada calle de Martín de los Heros, desde el Paseo Moret hasta la Plaza de España. El recorrido ha dado lugar a once vídeos de corta duración, entre dos y tres minutos, en los que podemos ver los pies de Nieves cuando camina por esta calle, imágenes de archivo de la misma durante la guerra, recordemos que el barrio de Argüelles fue uno de los más castigados de Madrid por los bombardeos en la Guerra Civil, junto con fotografías familiares, ya que su familia vivió allí, en esta misma calle, por varias generaciones y fue testigo de la destrucción desencadenada por la aviación franquista y los morteros del vecino frente de la Casa de Campo.

Por último, una vez producido todo el material y subido a un canal privado de Youtube, Nieves ha pegado adhesivos con códigos QR a lo largo de Martín de los Heros, de manera que las personas que los escaneen podrán acceder a los vídeos, sólo a uno por cada QR. La información también se ha difundido por Facebook e Instagram y podemos ver todo el material reunido en su web: http://www.nievescorrea.org/una-historia-de-fantasmas

No es la primera vez que Nieves Correa incursiona en la memoria. Desde 2020 viene realizando la serie Actos de Memoria, en uno de los cuales (Actos de Memoria: MNCARS, producido dentro del programa 2021 del [M]UMoCA) utilizaba también adhesivos con un código QR para acceder a un vídeo. El último de ellos, (Doce) Actos de Memoria, se encuentra expuesto en estas fechas en el Museo Esteban Vicente de Segovia, hasta el 5 de junio.

Lo que han hecho estos tres proyectos es introducir el arte en nuestros nuevos canales de comunicación, pero no en forma de documento como es más habitual, sino aprovechando sus recursos, utilizando la propia naturaleza de las nuevas tecnología en su favor. De la misma manera que stickers, hashtags y QRs se han incorporado a nuestra vida y han sido casi inmediatamente asumidos por la cultura popular, el arte, gracias a creadoras como las aquí citadas, se puede infiltrar en los instrumentos que las todopoderosas industrias de Internet han inventado para monetizar nuestros afectos y darles otro sentido. Literalmente, darles la vuelta para convertirlos en espacio de disenso, de resistencia, de diversidad e incluso de memoria, pese a la «fungibilidad» inherente del medio.

(1) Los NFTs son identificadores, algo así como un vale (de token en inglés) que permite señalar un “bien” digital, un archivo, como único y de manera permanente. Eso posibilita su venta y sirve para garantizar la propiedad. Dicho muy burdamente son una especie de certificado. La solvencia de quien certifica, la seguridad de la blockchain y la permanencia del medio en que se gestiona, son otra cosa.

EL MUSEO Y LOS AUSENTES

La reordenación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Todos nosotros, tanto los que nos dedicamos al arte como el resto de la sociedad, tenemos asumida la idea de que la función del museo es seleccionar y coleccionar determinado tipo de objetos, en nuestro caso obras de arte, reunirlos en un edificio ad hoc, conservarlos y exhibirlos. Pero pienso, se me ocurrió durante la inauguración del Episodio VIII, “Éxodo y vida en común”, de la colección del Reina, que sería más esclarecedor considerar que su función es, en realidad, excluir. Entenderíamos mejor lo que una colección nos propone si analizásemos lo que no está en ella, que es siempre más que lo que está. Mucho más. Sé perfectamente que es imposible incluir todo, he organizado bastantes exposiciones a lo largo de mi vida, pero creo que hay una diferencia substancial entre una exposición temporal, que presenta una tesis, un ensayo, una visión personal, quizás fragmentaria, o incluso una serie de cuestionamientos que deben ser discutidos, y la colección de un museo que tiene el término “nacional” entre sus apellidos.

Y es que éste es un apellido muy pesado de llevar. Los descendientes de grandes criminales o de las figuras ignominiosas de la historia suelen cambiarse el nombre para evitar su estigma, y tal vez estos museos deberían pensar en cambiar el suyo, porque “museo nacional” significa que es una institución que produce relato histórico para que una comunidad (en este caso los españoles) se identifique como tal y sus miembros quieran colaborar en la construcción de un futuro común. Era un disparatado sueño del siglo XIX, pero requería tantas exclusiones que acabó por colapsar.

La misma Historia como ciencia nació con este fin. Antes era un género literario, pero tras la Revolución Francesa fue necesario dotarla de reglas y de un marco de formación académica, porque se demostró inviable que cada grupo político narrase las cosas a su manera, poniendo la ideología por encima de la evidencia del documento. Hacía falta un espacio común y el método científico lo proporcionó. En este punto, durante mi primera visita al Episodio VIII, me surgió otro problema: el discurso histórico es un discurso sobre el pasado, no sobre el presente. Pierre Nora hizo algunas observaciones al respecto. Adquiere sentido cuando la memoria se desvanece. Del presente, de lo que está ocurriendo, podemos hacer periodismo, crónica, ensayo, es el terreno de la exposición temporal. Hay muchos riesgos en historizar el presente, aunque a veces decidamos hacerlo. Yo me metí en ese berenjenal con La Cara Oculta de la Luna, pero tuve la prudencia de componer un libro polifónico, hecho de entrevistas, porque me interesaba más recoger las fuentes, para que perduren, que construir un relato. En todo caso, era una historia alternativa sobre las alternativas artísticas de una ciudad, no el relato histórico de la Nación.

A partir de estas dos inquietudes, las exclusiones y el presente como Historia, empecé a indagar en lo que no estaba. La primera gran ausencia, en un relato que pretende explicarnos el arte español de las últimas décadas y sus conexiones con la sociedad, es Santiago Sierra. Ignorar su presencia y su transcendencia en este periodo es como tapar el sol con un dedo. Entiendo que la obra de Santiago, sobre todo la etapa de las “personas remuneradas”, no encaja con el discurso de la izquierda académica. Santiago privó a esta intelligentsia del arte como espacio de acción política, tan querido de Guattari en adelante, y eso no se lo perdonan. El sueño de la emancipación a través de la imaginación (radical) se tornó en pesadilla. La práctica aquí contradice frontalmente la teoría y la única solución que les queda es “desaparecerlo”. Pero en el arte, como en la política y en el amor, priorizar la teoría sobre la práctica da muy malos resultados. Esta exclusión nos proporciona claves muy importantes para comprender la exposición: no es un relato histórico. No se pretende analizar y comprender lo que ha pasado en el arte español reciente, aferrándose a las evidencias. Es un ensayo que, a partir de determinadas premisas ideológicas, revisa algunos fenómenos concretos y los presenta aislados del contexto artístico en que se produjeron.

Saltando del mainstream a la marginalidad, tampoco hay ninguna reflexión sobre los espacios alternativos, que fueron uno de los fenómenos más característicos del arte de Madrid entre 1990 y 2010. En un ensayo que tiene entre sus ejes lo común, no habría estado de más dejar constancia de la renovación de las prácticas artísticas que se impulsó desde estos espacios, que eran, ante todo, comunidades de práctica. Quizás este término no sea parte del set teórico al uso, porque aquí todo es una cuestión de lenguaje.

Son sólo dos ejemplos. Recordemos que en esta nueva forma de visitar una exposición sólo vamos a ver lo que falta: Nuria Güell, Teresa Margolles, Democracia… O del lado de los marginales y criptoartistas, como decía años ha Nelo Vilar: Antonio de la Rosa, Nieves Correa, el Circo Interior Bruto… El mismo Dos Jotas que me ha prestando una imagen para este artículo. Hablo sobre todo de Madrid, con la excepción de la referencia a Nuria, porque es lo que conozco bien. Pero multiplíquese el problema por toda España, perdón, Estado español, y no acabaremos nunca: vacíos muy grandes en un país artísticamente tan pequeño. Si en el Reina tuviesen sentido del humor, se podría organizar una exposición temporal con los ausentes, y esto nos permitiría entender mejor la propuesta de la colección.

Otro aspecto: se muestran materiales de archivos como el del 15M, pero no hay un solo meme en toda la exposición. ¿Se puede entender hoy el activismo, la política en general, sin el uso de las redes sociales? ¿Podemos entendernos a nosotros mismos? Entonces, ¿nadie en toda España ha trabajado sobre los memes? ¿Por qué no están? Posiblemente porque Facebook es “malo”. El aparato teórico-ideológico que va del postestructuralismo a la plataforma crítica Transform.EIPCP lo dictamina así con claridad, de manera que el fenómeno que más ha transformado nuestras vidas en los últimos veinte años es simplemente descartado. Y en esa ausencia encontramos otra clave: bajo el relato hay una visión moral del mundo. En este tipo de visión no se acepta que hay bien en el mal, ni mal en el bien. O que no hay ni bien ni mal, o que no podemos saber a ciencia cierta qué es qué.

No estoy seguro de si han incluido el diseño gráfico, colectivos como Un Mundo Feliz, porque la exposición es muy grande, pero el gusto de los curadores va más hacia el no-diseño, la pancarta rotulada a mano en una cartulina sucia. Tampoco he encontrado demasiado material fotográfico, que hay muy abundante, sobre la performatividad en las protestas públicas. Es un campo fascinante, en el Episodio VII hay una colección de fotografías de prensa reunida por Nelly Richard sobre protestas feministas en Chile. Dado el talante de la exposición, es algo que se echa en falta. Quizás en España nadie ha trabajado tampoco sobre esto y los curadores no han querido ocupar el lugar de los artistas.

En resumen, creo que la institución no está haciendo historia, sino dictaminando cómo se hace un arte político legítimamente legítimo, a costa de ese método científico que antes definí como el espacio común donde podemos llegar a entendernos. Además las obras de arte no son políticas ni apolíticas, lo serán las lecturas que de ellas haga la sociedad, y éstas son cambiantes. En consecuencia, la nueva ordenación de la colección envejecerá muy deprisa. Hay demasiada opinión, demasiados elementos circunstanciales, demasiada nostalgia, demasiados desaparecidos. No se toca la crisis de la izquierda, ni el auge de los neofascismos, ni el desencanto que ha seguido a la ocupación de las plazas. De hecho, hay salas que ya huelen un poco a rancio. Y casi todo el arte español ha quedado sumido en la Dark Matter de Gregory Sholette.

DosJotas. Sinopsis. Libro intervenido para la noche del libro de la biblioteca de Valdemoro. 2021.

El anclaje a la teoría política, como he señalado más arriba, limita la comprensión de los fenómenos que se han dado en el arte y en la cultura visual, sin ofrecer profundidad a cambio. El recurso a la neolengua dificulta la comprensión para quien no esté iniciado en sus arcanos. El lenguaje marxista siempre ha sido litótico (cada palabra es sólo una exigua referencia al conjunto de los principios que la soporta, Barthes dixit), pero la versión actual ha alcanzado tal grado de opacidad que transforma la lengua en un sistema de consignas. Incluso el título, Éxodos y vida en común, contiene una referencia al éxodo político (una vez más Deleuze&Guattari, Bifo…) y a esa vaga noción de lo común y los comunes, que sirve para saltar por encima de la vieja idea de lo público y reconectar con el comunismo sin que se nos caiga la cara de vergüenza. El lenguaje aquí no es un virus, como pretendía Burroughs, ojalá. Es una cárcel, pero los que se han habituado a pensar por medio de consignas no saben que están presos.

En la visita al episodio VII hubo también dos momentos de inquietud: con las canoas de los zapatistas, porque pienso que todo el mundo las va a percibir como algo exótico, precisamente las canoas cuando hay tanto material. La plástica del zapatismo es un tema interesante, Cristina Hijar lo ha investigado a fondo. Muy bien, pero no acabo de entender que un periodo tan complejo en el arte mexicano como el que va del levantamiento de EZLN y la firma de TLCAN en 1994 hasta la actualidad se resuma en una nota sobre las insurgencias indígenas, para colmo en estos términos de otredad, cuando esta sociedad caracterizada por su capacidad de convivir con la contradicción (70 años del PRI), nos ha dado al mismo tiempo figuras como Gabriel Orozco, Damián Ortega o Abraham Cruzvillegas, o, de otra generación, Francisco Toledo. Y en las discrepancias, artistas tan ineludibles como Mónica Mayer o Lorena Wolffer. O en la sección de marginales y criptoartistas Eder Castillo, entre otros. Hay muchos más, pero México ya no está de moda, parece que en estos momentos se lleva más el Perú.

La segunda inquietud, ya que sale el tema, fue encontrarme en ristra a Daniela Ortiz, Sandra Gamarra y Gilda Mantilla. La relación que se establece entre las tres refuerza la percepción de sus otredades: mujeres y latinoamericanas. No vamos a hablar aquí de la «categoría arte latinoamericano», que ésa es otra. Es muy paradójico que a Daniela, cuya obra combate precisamente estas otredades y las exclusiones que de ellas se derivan, se la sitúe en un espacio tan perfectamente delimitado. Además Daniela y Sandra son tan españolas como peruanas. Si no entendemos que lo que hacen les inmigrantes es parte de nuestra cultura, poco estamos entendiendo de su propia obra.

De lo bueno, tengo varias cosas que resaltar: la primera es que se plantea que la colección de un museo deber tener un propósito. En España, en los museos de arte, se ha tendido a la acumulación compulsiva o a la caza de obras-trofeo, cuando no al simple aprovechamiento de oportunidades. Incluso el Prado tiene una museología tan viejuna que parece que la historia del arte sea cosa una docena de señores muy dotados para la pintura. De los que conozco, que no son todos, creo que sólo el MAS, ese pequeño, encantador y ahora algo quemado museo de Santander, se planteó desde el principio un propósito a la hora de coleccionar. Y el CA2M desde la llegada de Manuel Segade, aunque esta institución está lastrada por la colección de los Amigos de ARCO (¿Quién puede ser amigo de ARCO?). La influencia del cambio de perspectiva va a ser notable en los próximos años y asistiremos a reordenaciones más o menos afortunadas, pero en cualquier caso mejores que popurrí actual.

En segundo lugar es una exposición que se ve con gusto. El montaje es fresco, atrevido. Se aprecia un intento de superar determinados marcos académicos y curatoriales que en parte funciona, aunque las limitaciones inherentes del espacio expositivo del museo no dejan mucho margen de acción. Hay obras muy buenas, que por sí mismas justifican una visita. La estrechez de miras que se deriva de la sed de legitimidad política del director, comprensible también en alguien que dirige un museo nacional, ha impedido quizás que se llegue más allá, pero el trabajo realizado es inmenso y muy valioso. Si fuese una exposición temporal, reconozco que me gustaría mucho.

También debemos agradecer el desafío a las fuerzas reaccionarias que se han levantado en nuestra sociedad, que están rentabilizando un desencanto por el fracaso del proyecto de la nueva izquierda del que, insisto, tampoco se habla en la exposición. Por que a los diez años del 15M, lo único que está claro es que la fiesta ha terminado y que estamos peor que antes.

Para terminar, debo admitir que me he alegrado mucho de ver en el Reina las Indignadas de María María Acha-Kutscher. Es un proyecto con el que el Antimuseo ha estado profundamente implicado desde el principio. Estoy contento no sólo por lo que pueda significar para su carrera, sino porque el objetivo del inmenso archivo que María María viene elaborando desde 2011, hasta ahora unas 200 imágenes, es dejar constancia de la participación de las mujeres en las protestas públicas, es decir, en los movimientos de base que impulsan los cambios en nuestra sociedad. Digamos que al contrario que otras artistas feministas de su generación, como María Gimeno o Diana Larrea, que se han enfocado a un trabajo no menos importante de recuperación de la memoria, María María se ha proyectado hacia el futuro, elaborando una crónica para que las mujeres de las generaciones venideras se reconozcan en sus abuelas. Su incorporación al museo cierra el círculo, porque una vez allí ya no se podrá sumir a las nueva heroínas en el olvido.

Estas son mis primeras impresiones, un poco caóticas, quizás con más de un error, fue una visita rápida el día de la inauguración, pero pienso que a veces hay que poner encima de la mesa lo que todo el mundo intenta ocultar. Si vuelvo por el Reina antes de que cambien las exposiciones de la colección, que no es seguro, intentaré ser más preciso. Ah, y se me olvidaba, mis felicitaciones a Àngels Barcelona.

Andar al alba, un libro de Fernando Baena

La obra de Fernando Baena es inabarcable. Desde que llegó a Madrid en 1983 ha incursionado en todos los lenguajes, prácticas o modos de hacer imaginables: pintura, fotografía, ensamblaje, escultura, instalación, vídeo… También ha impulsado proyectos colectivos, viajes artísticos y obras en las que la línea divisoria entre la creación y la curaduría se difumina. Y ha sido gestor o curador independiente, por llamarlo de alguna manera, desde la exposición CoMA en el año 2000 en la antigua sala del Palacio de Minería de Madrid, hasta su actual desempeño como curador en Cruce. Su trayectoria aparece estrechamente vinculada a la escena alternativa de Madrid y hay pocos proyectos en los últimos 30 años que no hayan contado con su participación. De igual manera, ha estado implicado en políticas culturales, fue fundador de AMAVI en 1996, así como en movilizaciones de carácter artístico-social, por ejemplo en la Red Lavapiés o en la fundación del Centro Autogestionado Tabacalera.

No es la clase de artista que gusta al sistema, porque es imposible plegar este volumen de trabajo heterogéneo y polifacético a un discurso curatorial al uso. Al contrario. Necesitaríamos recorrerlo, caminarlo largamente, ya que de eso hablamos, para alcanzar una visión de conjunto y comprender el importante lugar que ocupa en nuestra historia local del arte. Esta “multifuncionalidad” es quizás un rasgo de nuestra generación, porque sabíamos que nadie iba a darnos aquello que no fuésemos capaces de conseguir por nosotros mismos. Figuras tan importantes como Nieves Correa, Jaime Vallaure o Democracia, antes El Perro, entre otros, también han curado, gestionado, documentado, escrito, editado, etc. para sí mismos y para otros artistas. Se trata de un tipo de creador cuyos intereses van más allá de la producción en solitario, que entiende su relación con el mundo del arte de una manera comprometida. Y pienso que esto es muy importante, porque el sistema no se puede transformar sólo desde el plano simbólico, que finalmente está definido por él mismo, sino que es necesario cuestionar todas sus dinámicas y participar en ellas de manera crítica.

Al repasar de memoria la trayectoria de Fernando, me he dado cuenta de que el andar ya ha estado presente en su obra desde hace mucho y en más de una ocasión. Al menos desde el mítico Pasillo del Ojo Atómico, 1994, que era una pieza que más que verla, había que transitarla. Más recientemente, los itinerarios sin rumbo aparente de Marianela León y el asno en el vídeo Por boca de asno, dentro del proyecto Asnología.

El proyecto que nos ocupa, Andar al alba, tiene por tanto raíces profundas. En las primeras páginas su autor nos explica que este libro es fruto de una huelga creativa: durante el confinamiento, y ante la presión de los medios para que gastásemos nuestras energías en algo creativo, él decidió no hacer arte, no producir nada, “a no ser que consideremos el mero caminar como una de las bellas artes”.

Portada y contraportada del libro.

La verdad es que sí lo es, o al menos está legitimado como tal. Baudelaire lo introdujo en la literatura, Benjamin lo respaldó y luego los situacionistas lo formalizaron con los conceptos de “psicogeografía” y “deriva” y sus discursos revolucionarios. A partir de ahí abundan los ejemplos. Incluso hay un libro que se titula Walkscapes[1], donde este proyecto merecería estar junto a los Ground Mutation-Shoes Prints de Oppenheim, el Wrapped Walked Way de Christo y Jean Claude, o las numerosas caminatas de Richard Long, Una de ellas, A six-day walk over all roads, lanes, and double tracks inside a six mille circle centered on the Giant of Cerne Abbas[2], comparte el perímetro circular como límite arbitrario de los recorridos y el carácter exhaustivo de la exploración. Más cercano, el mismo Fernando organizó en Cruce una exposición de los itinerarios de Manuel Rufo en su Cuaderno de dibujo: una serie de paseos por el parque del Retiro que generan formas reconocibles, recogidas con un GPS y convertidas finalmente en dibujos.

Pero el que una actividad cualquiera sea arte —andar, comer, amar, cagar— depende sobre todo de la manera en que el autor negocie su ingreso en la Institución, es decir, qué ofrece a cambio de que toda esa maquinaria que es hoy el Arte lo categorice como tal. Qué residuo deja la acción que se pueda transformar en documento para engrosar el Archivo, sede de todo poder.

Fernando ya había previsto esto y lo que nos ofrece no es la documentación de su performance, por así llamarla, sino de un “reenactment”. El Andar al alba original, realizado durante el confinamiento, cuando había fuertes restricciones al movimiento de las personas, no dejó un rastro documental. No produjo nada, en sus palabras, o al menos nada más que su propia experiencia y dibujos invisibles sobre las calles de Madrid. Eso ocurrió entre mayo y junio de 2020. A partir del 16 de este último mes, decidió recorrer de nuevo los mismos itinerarios, pero esta vez armado con una cámara fotográfica. Cada día, tras la caminata correspondiente, publicaba en las redes una imagen y un fragmento de los textos que las acompañan. Muchos lo hemos seguido durante meses, hasta que se publicó el libro y pudimos acompañarlo en su extraño viaje.

No voy a entrar en más detalles de la pieza, de la que ya hablé hace pocos meses (https://antimuseo.org/2021/02/04/arte-inconfinado), sino sobre este volumen, con sus textos, fotografías y planos, editado con el apoyo del Fondo Asistencial de VEGAP y la colaboración de Ars Activus ediciones. Es un libro grande, más de 200 páginas en DIN A4. Está dividido en treinta capítulos, cuyos títulos sitúan cada recorrido en su zona. Salvo el primero, Aires de pesadilla. Las fotografías van siempre a media página o a página entera y, como ya he dicho, son buenas y nos muestran un Madrid perfectamente cotidiano e insólito a la vez. Al final hay un plano general con todos los recorridos, circular, y los planos particulares de cada itinerario.

El libro me ha gustado por varias razones. La primera porque el proyecto me parece excelente, está llevado a cabo con un rigor implacable y tanto las fotografías como los textos son muy buenos. También porque en un momento en que hay una producción artística masiva que se hace al dictado de la agenda política que instituciones y curadores imponen, da gusto ver que alguien saca los pies del plato y se atreve con una idea original, que nos devuelve de la racionalidad de la política a la riqueza de nuestra vida interior. Pero creo que me ha gustado sobre todo porque me ha hecho sentir mi ciudad de una forma diferente. La decisión de Fernando de echarse a la calle sin objetivo alguno, fuera del paseo sistemático dentro un círculo arbitrario, de no producir arte, de ponerse en huelga creativa, el abandono de un discurso previo a la creación, ha despejado su mirada y, en la medida en que el libro puede transmitirlo, también despeja la nuestra.

Aprehender el fenómeno urbano es difícil. La fotografía nunca ha sido el instrumento ideal. Aunque sirvió para crear el imaginario de la ciudad moderna —Cartier-Bresson, Berenice Abbott…—, su carácter analítico, el hecho de que sólo puede ofrecernos fragmentos, recortes de una imagen total que nunca llega a recomponerse, la hace poco eficiente para este cometido. Andar, por el contrario, nos ofrece la experiencia completa: lo que vemos, lo que oímos, lo que olemos, junto con el movimiento de nuestro propio cuerpo. Es maravilloso caminar por una ciudad desconocida y descubrir las sensaciones que nos ofrece. Y es maravilloso caminar por nuestra propia ciudad y, junto a impresiones nuevas o ya viejas, hacer el recuento de las historias que la memoria ha acumulado en su paisaje. Quizás no debamos aspirar a más, porque como Fernando nos advierte, podríamos tirar del hilo, pero a costa de deshacer la madeja. Y la ciudad es madeja, no cabe en ninguna imagen ni relato.

Por último, creo que Andar al Alba también encierra la experiencia aun insondable, pero definitiva en nuestras vidas, de la pandemia.

1 Francesco Careri. Gustavo Gili, Barcelona 2002.
2 El gigante de Cerne Abbas es una figura de gran tamaño grabada en un colina cerca de Dorchester, en el sur de Inglaterra. https://es.wikipedia.org/wiki/Gigante_de_Cerne_Abbas

ARTE INCONFINADO

La situación en que nos encontramos por la pandemia, entre claustrofóbica, angustiosa y mortalmente aburrida, ha fomentado la idea de que los artistas deberíamos reflejar la vida cotidiana bajo estas restricciones que tanto afectan nuestra interacción social. Yo no estoy seguro de que sea una buena idea, porque aunque se puede hacer buen arte sobre cualquier tema y en cualquier circunstancia, es mucho más fácil hacer muy mal arte cuando se parte de este tipo de imperativos. Aparece por un lado la idea de que el arte puede ayudarnos a sobrellevar el confinamiento y la ruina económica —quizás sea esa la intención del Reina con la exposición de Mondrian, pero la verdad es que no lo pillo, a mí al menos su ortogonalidad no me ayuda en nada—, o que si hacemos obras que reflexionen sobre el día a día encerrados en casa vamos a entender algo trascendental —no sé por qué me vienen a la cabeza aquellos piecezotes de Philip Guston que vimos hace años también en el Reina.

Por otra parte, yo ya vivía bastante retirado antes de la Covid y mi vida social no ha cambiado en lo esencial: al mediodía voy a la compra y al caer la tarde me tomo un par de vinos, que ahora debo ingerir en casa en vez de en un bar, pero con resultados muy similares. El resto es trabajo.

Sin embargo, aquí en Madrid, me han parecido atractivas, por inteligentes o nada más por ir en contra de los tiempos, una serie de iniciativas que responden a esta situación revirtiendo la dinámica: si antes trabajaba en casa, ahora salgo a la calle con mi obra. Porque el problema que nos vamos a encontrar en el mundo neoanormal del postCovid no es cómo gestionamos el espacio privado (que no lo es), sino cómo reimaginamos el espacio público (que tampoco lo es, por si acaso). De lo que nos hemos visto privados es de la interacción con los otros en arenas supuestamente neutrales de lo público, no de las libertades onanistas que nos brinda la (supuesta) privacidad de nuestras casas. Por tanto, los artistas lo que debemos hacer no es mirarnos el pie con un gesto cargado de profundos interrogantes, sino echarnos a la calle para quebrar las implacables barreras que se han ido construyendo a lo largo de este año. Son barreras hechas de prejuicios, de miedos, de pequeñas estrategias de segregación, que vienen a reforzar las que ya existían y que quizás ahora, por las restricciones que sufrimos, no son aún visibles. Pero cuando abramos los ojos estarán ahí, cerrándonos el horizonte.

Una de las primeras que tuvo la idea de sacar el arte por la ventana, literalmente, fue Lydia Garvín. Joven artista, al menos desde mi provecto punto de vista, a quien ya conocía por su actividad en el Espacio Proa. Os echo de menos. Estética contra la desolación es un proyecto curatorial. En abril de 2020, a mitad del largo periodo de confinamiento impuesto por el gobierno, Lydia colocó un proyector de vídeo en su ventana e invitó a varios artistas a presentar vídeos en la pared del edificio de enfrente. Se trata de un proyecto muy sencillo, pero el resultado es bueno. Las proyecciones se hicieron sin convocatoria previa, sin horario fijo, con tres piezas por sesión. La fachada anónima, típicamente madrileña, con falsos balcones y rejería de forja, recibe las secuencias sobre su superficie revocada, donde la salida de humos de una cocina se incorpora involuntariamente a los vídeos. En total se mostraron dieciocho piezas de dieciséis artistas, entre los que encontramos a Anna Gimein, DosJotas, Maya Saravia o Eder Castillo, quien luego ha dado continuidad al proyecto en la Ciudad de México con el título “Somos aunque nos olviden”.

«El cuidado» de Gema Polanco. Foto cortesía L. Garvín.

Los registros de las proyecciones, foto y vídeo, se subieron a Instagram, donde pueden encontrarse entre la obra pictórica de Lydia.

«Gammacity», de María Moldes. Foto cortesía L. Garvín.

Os echo de menos es un proyecto más emocional que racional, que Lydia imaginó para soportar aquel larguísimo mes de abril y eludir la soledad impuesta por el confinamiento. En este sentido devuelve la “función curatorial” al ámbito de la creación: el objetivo era la experiencia misma, no su articulación por medio del discurso. O dicho con mejor estilo, en sus propias palabras: “Por primera vez he entendido lo que sienten los de la costa al no ver el horizonte en Madrid.”

El segundo proyecto nace a raíz de la convocatoria del World Collage Day, que anualmente organiza la revista Kolaj el segundo sábado de mayo. Las artistas madrileñas Aurora Duque y Lo Súper, ambas conocidas “collagistas”, presentaron Fantasía Collage, también una convocatoria pero enfocada de manera específica al street collage. Es decir, en lo más duro del confinamiento invitaron a otros creadores a tomar las calles con sus collages. Era una forma de enfrentar una situación que no sólo está afectando a nuestra salud o nuestra economía, sino a nuestra capacidad de desear e imaginar. Como ellas dicen, parafraseando el final de La Historia Interminable, se trataba de evitar que la nada devorase la fantasía.

Os invitamos a inundar las calles de todo el mundo de collages para sacar una sonrisa en estos tiempos de pandemia.
Tu collage puede ser de cualquier medida, lo dejamos a tu elección.
Pégalo en la calle, en una grieta, en algún rincón y si no puedes salir pégalo en la ventana, en las macetas, en la terraza, en el patio… pero siempre que sea en el exterior. Haz una foto y cuélgala en instagram con los hastag: #WorldCollageDay, #fantasiacollage, #fantasiacollage2020 y el nombre de tu ciudad (por ejemplo: #madrid)
La fiesta del collage es color y fantasía.
Síguenos en @fantasiacollage

Gracias a la difusión del WCD, fueron muchas las personas que creyeron en su fantasía y se lanzaron a la calle con los recortes bajo el brazo y un bote de pegamento. Pequeñas composiciones (o no tan pequeñas), aparecieron en muros, farolas, señales de tráfico, árboles, mobiliario urbano, etc., integrándose a veces con su improvisado soporte. Desde el indonesio Yohanes Tody a la holandesa afincada en Noruega Miss.Printed, los uruguayos Viernes 333, o la fotógrafa mexicana afincada en Tahití, Theda Acha, pasando por la madrileña pau.la.pan o la manchega Mirar y Miren, que interviene las calles de Alcázar de San Juan, donde los vecinos ya han adquirido el hábito de buscar sus nuevas creaciones en los lugares más inesperados. Y ellas mismas, claro, que desarrollaron una intensa actividad durante la convocatoria.

Collage de Mirar y Miren sobre la puerta de un edificio en ruinas. Foto cortesía de Fantasía Collage.

A partir de esta experiencia Aurora y Lo Súper han adoptado el nombre de Fantasía Collage para trabajar como colectivo y preparan nuevos proyectos de street collage, además de un fanzine que recoja algunas de las 440 colaboraciones que recibieron en su convocatoria de 2020.

A la izquierda, collage de Miss.Printed. A la derecha, Yohanes Tody en acción. Fotos cortesía de Fantasía Collage.

Por último, Fernando Baena inició hace meses un proyecto que muchos de mis lectores ya conocen: Andar al Alba. Es una performance cuya metodología tiene precedentes en la obra de Fernando, por ejemplo en El Aperitivo. En este caso la intención no fue “crear un punto”, sino un plano: el dos de mayo de 2020 empezó a recorrer una serie de itinerarios que parten de su casa, sita en el corazón de Madrid, con un radio de casi tres kilómetros. Su intención era recorrer todas y cada una de las calles que quedan dentro de este perímetro, sin más objetivo que caminar en esa hora ambigua, que no es ni noche ni día, del amanecer. Entre mayo y junio completó los recorridos previstos, pero fue una performance privada, sin documentación. No hubo una intención más allá de los mismos paseos y en ellos, como nos advierte en su texto, “No hay un tiempo exterior al que conectarse. Los paseos suelen ser independientes como mónadas. Se relacionan con otros paseos, pero no establecen conexiones con el resto del día, que parece no afectarles”.

Sin embargo sí fueron apareciendo otras cosas: los “sin techo”, que levantan sus campamentos antes de que despunte el día y son la imagen más desoladora de nuestra ciudad; la historia y sus personajes, indisolublemente ligados a su paisaje; los cementerios, que de manera inesperada tienen una importante presencia en las caminatas, porque muchos los barrios que recorren se desarrollaron en el siglo XIX, cuando también se construyeron, por ejemplo, el de San Isidro o la Sacramental de Santa María. O figuras como Bernardino de Obregón, padre de los hospitales de Madrid y fundador de la citada sacramental, que estuvo enterrado en lo que ahora es el MNCA Reina Sofía.

El 21 de junio Fernando decidió repetir todos los paseos, documentarlos y redactar un diario para recoger sus reflexiones. Estos paseos sí tuvieron una proyección pública, a través de Facebook, donde con un rigor implacable ha estado publicando a diario una fotografía y un fragmento del texto. La performance, planteada en principio como una experiencia más personal, se ha ido convirtiendo en otra cosa: el proyecto de Facebook por un lado, que muchos hemos seguido con interés durante meses, y por fin un libro que incluirá una imagen de cada itinerario y el texto completo.

(21 de junio del 2020)
Hoy es el primer día que he sacado la cámara de fotos porque en este trabajo, que no es un trabajo, no quería mezclar las sensaciones y la observación con su documentación. Me he dirigido a la calle Verónica, que en su día se me quedó atrás, y he pasado a propósito por la esquina de Santa Isabel con San Cosme y San Damián, que es la esquina del palacio de Fernán Núñez. Me gusta la perspectiva de la calle vista desde arriba, con la iglesia de San Lorenzo al fondo.

El andar como práctica artística tiene profundas raíces en la Modernidad. Desde el “flâneur” de Baudelaire, tan mistificado a partir de Benjamin, a las Líneas de Richard Long, pasando por las Derivas de los Situacionistas. A partir de esta forma impalpable de arte, Andar al alba nos plantea interrogantes sobre la cuestión urbana, sobre nuestra experiencia de la ciudad, traumática, porque el individuo es sobrepasado no sólo en la escala, que lo hace insignificante, sino por la multiplicidad de planos, imágenes, relatos y amenazas con que debe lidiar cada vez que sale a la calle.

La fotografía ha sido un medio privilegiado para enfrentarse a la ciudad. Sería imposible enumerar los artistas que han intentado capturar su espíritu con este medio desde que Daguerre nos legase la famosa vista del Boulevard du Temple desde la Place de la République. Este mismo año hemos tenido la oportunidad de ver en Madrid las exposiciones de Danny Lyon, La destrucción del bajo Manhattan, y de Lee Friedlander, con series como American Monument. Fernando combina los dos registros –el andar como arte y la fotografía como registro de la experiencia urbana– e incorpora a ellos el texto. Es en realidad un trabajo de corte conceptual, más cercano quizás a piezas como This way Brouwn que a la obra de los fotógrafos antes citados. Pero para decir algo más tendré que esperar, ansiosamente, a que salga el libro.



Los tres proyectos, que son muy diferentes entre sí, me gustan porque salen al espacio público sin sumarse a la economía del espectáculo. No reclaman para sí el centro de atención, no rellenan la calle de contenidos para entretener a los turistas, ahora inexistentes, ni a los vecinos convertidos en espectadores de su propia ciudad. Tampoco se vinculan a la institución, porque no la necesitan. Crean uno de los espacios más interesantes para hacer arte: la tierra de nadie, el intersticio, ese momento de descuido. Y creo que también nos dan algunas pistas, a los que penamos en este gremio, sobre cómo enfrentar un futuro que se presenta lleno de incertidumbres.