Una conversación con Lorena Wolffer (2014)

En 2014, con ocasión del proyecto Mírame a los ojos en Ex Teresa Arte Actual, Ciudad de México, entrevisté a Lorena Wolffer y hablamos sobre arte, feminismo y la situación que se vivía entonces allí. En estos casi diez años han cambiado muchas cosas: las mujeres mexicanas se han movilizado contra la violencia machista que azota de manera impune a esta sociedad, aunque la lucha contra el feminicidio sigue teniendo escaso éxito. El mundo del arte poco a poco otorga un merecido reconocimiento al trabajo de Lorena, que en 2015 tuvo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno y cuya obra forma parte hoy de la colección del MUAC. Y en términos más generales, el feminismo ha dejado de ser una asignatura pendiente del arte mexicano, gracias a figuras como ella o Mónica Mayer, entre otras.

Creo que es interesante recuperar aquella entrevista, ahora que Lorena Wolffer vuelve a Madrid para realizar una performance junto a su hija Kira, en el programa Visión y presencia, curado por Semíramis González en el museo Thyssen-Bornemisza (22 de marzo de 2023), y participa en la exposición Luchadoras, mujeres en la colección MUAC, en la Casa de México en Madrid (hasta el 21 de mayo de 2023).


Antimuseo: Cuando llegué a México en 1996, encontré una escena muy interesante, y creo que excepcional y que tenía mucho sentido, de performance feminista, o al menos de performance que reflexionaba sobre el género y la condición femenina. Me refiero a artistas como Andrea Ferreyra, Katia Tirado, Lorena Méndez y tú misma, claro, entre otras muchas. ¿Qué valoración puedes hacer ahora, con la perspectiva del tiempo, de aquel momento o de aquella generación, si se puede llamar así?

Lorena Wolffer: Yo creo que el tema de las mujeres y el performance en los 90 es bien interesante; es cierto que hubo una especie de boom y que fue un momento importante, más que un movimiento. Incluso Mónica Mayer recogió lo que sucedió en el libro Rosa Chillante, en el que incluye la obra de muchas de las performanceras que trabajábamos entonces. Pero si bien había una preocupación por temas relacionados con las mujeres y el género, nunca fueron planteamientos feministas en forma. Yo creo que hay una diferencia entre el trabajo que Mónica y Maris Bustamante produjeron en los 80 y lo que sucedió una década más tarde. Porque, además, entonces eran sólo ellas. No sé si conoces la historia de cuando formaron Polvo de Gallina Negra, que llamaron de esa forma porque habían tratado de colaborar con otras mujeres y nadie quiso, y cuando lanzaron la invitación a formar un colectivo tampoco hubo respuesta. El caso es que formaron un colectivo de dos y dijeron: ‘por aquello del mal de ojo que nos van a echar, que ya sabemos que viene, nos llamamos polvo de Gallina Negra, anticipando’. Mónica me ha contado que años antes, cuando los Grupos estaban en pleno auge, todo iba bien hasta que alguien le preguntó a las mujeres cómo pensaban apoyar a su parejas hombres; entonces se dieron cuenta de que no estaban en igualdad de circunstancias y que se esperaban cosas distintas de ellas. En resumen y para insertarnos en la historia, el trabajo de Maris y Mónica fue fundamental porque hablaba de temas abiertamente feministas, y con feministas me refiero a una postura pero también a la información que manejaban, porque disponían de todo un bagaje teórico e ideológico (Mónica, por ejemplo, había estado en el Women’s Building de Los Ángeles, un espacio dedicado al arte feminista que se fundó en 1973).

Pero yo creo que una cosa fue aquello y otra muy diferente lo que sucedió en los 90. En los 90 confluyeron una serie de preocupaciones individuales, pero que no necesariamente se insertaban en un discurso feminista, sino más bien en el marco teórico del performance y del uso del cuerpo que esta disciplina supone. Un ejemplo son las piezas de Katia Tirado: ‘Día 28’ giraba en torno a la ovulación y los ciclos menstruales, y en ‘Exhivilización o Las Perras en Celo – Nichos Púbicos ’ dos mujeres luchaban por la idea del macho sobre un ring de lucha libre. Los postes del ring eran unos falos enormes con cohetes dentro y la pelea era por llegar a ellos, prenderlos y producir una enorme y luminosa eyaculación. Por su parte, el trabajo de Andrea Ferreyra, ‘Chuchita la Boxeadora’ se centraba en el personaje de una boxeadora con todo lo que eso suponía en lo que se refiere a los avances de la posición y los derechos de las mujeres, pero era una luchadora que al final perdía. Trataba de hablar pero no podía porque tenía el protector bucal, intentaba agarrar algo pero no lo lograba con los guantes de box… Entonces terminaba reproduciendo y regresando a la discriminación de las mujeres que se pensaba ya estaba quedando en el pasado.

Todo esto para decir que fue una confluencia interesante, muy potente, pero no estaba basada en una plataforma de pensamiento o cuestionamiento feminista. Tiempo después Katia empezó a trabajar en otro tipo de cosas, Andrea prácticamente ha dejado de producir obra, Lorena Méndez está más interesada en el trabajo con personas en situación de encierro en cárceles… Como decía, creo que el momento tuvo más que ver con el performance, con lo que el performance puso sobre la mesa, que con el feminismo.

Antimuseo: Sin embargo, y salvo por los esfuerzos documentales e historiográficos de Mónica Mayer, esta reflexión sobre la mujer apenas ha tenido lugar en el gran relato que se ha ido construyendo en torno al arte mexicano de los 90. Incluso en aquel Mexican Moment, ya fábula de fuentes como diría el poeta, la representación de las artistas que estaban planteando preguntas sobre la condición femenina, el cuerpo de la mujer, etc., es prácticamente nula. Pero además todo esto que me estás diciendo me hace pensar que quizás uno de los problemas que se da en aquel momento es que no se construye un discurso crítico que dé sentido a esas prácticas, que permita conectarlas en una determinada dirección. Pienso que uno de los muchos mecanismos de discriminación que operan en el mundo de la cultura es precisamente invisibilizar lo que no interesa excluyéndolo del espacio teórico. Entonces hay dos aspectos: ¿Faltó en los 90 un esfuerzo crítico que permitiese enfocar estas prácticas, como lo fue Curare para la renovación de los lenguajes? Y luego, ¿por qué en el relato a posteriori se han invisibilizado?

Lorena Wolffer: Vamos a regresarnos tantito para aclarar una cosa: lo que decía antes acerca de la falta de una plataforma teórica no significa que no hubiera una respuesta a la opresión y discriminación sistemática de las mujeres en los trabajos que hacíamos entonces. Asumimos una postura de decir: estamos trabajando con el performance que está ubicado en el cuerpo y, por tanto, nos obliga a cuestionar cómo están inscritos nuestros propios cuerpos. Nuestra respuesta era nuestra propia obra.

Sin embargo, yo creo que en efecto sí faltó una mirada crítica sobre nuestro quehacer, porque existía el registro que llevaban personas como Mónica y ciertos periódicos, pero no había un diálogo ni una elaboración teórica de lo que estábamos haciendo. Lo grave es que no lo había entonces y tampoco lo hay ahora. No había crítica para el performance ni de mujeres, ni de hombres, ni de nada, y sigue sin haberla, tanto que la producción de performance es lo que es hoy, sin más comentarios. Nunca generamos un sistema, un espacio o un mecanismo que pudiera analizar y desmembrar qué funcionaba, por qué y cómo.

Dicho esto, por supuesto que creo que en general hubo y sigue habiendo un esfuerzo por invisibilizar una serie de prácticas que son incómodas para un sistema. Lo que hicimos entonces quedó grabado en un par de libros, en el archivo de Pinto mi Raya, en algunas tesis y… no hay más. Fue entonces cuando se empezaron a privilegiar una serie de prácticas que tenían que ver con formar parte del mundo del arte a nivel global, de que México empezara a existir en el mapa del mundo del arte, y eso suponía dejar de lado, ignorar o invisibilizar ciertos trabajos en aras de complacer a esa nueva mirada que estaba descubriendo lo que se hacía en México.

Y eso dejó de lado al performance pero también muchas otras cosas. No creo que haya sido una asunto dirigido contra esta disciplina en específico; sabemos que una de las más eficaces técnicas de la discriminación consiste en privilegiar algo y que ese acto mismo invalide y desaparezca todo lo demás.

Pero lo que creo que sí es importante aclarar es que si en los 90 decíamos que había que crear los espacios para mostrar lo que hacíamos —porque esa era la premisa, que los espacios no estaban dados y por tanto era nuestra responsabilidad generarlos—, también tendríamos que haber originado un espacio crítico. Toda la energía estaba puesta en hacer, y era tan difícil hacer que lo que venía después ya era imposible… Es lo mismo que sucedía con el registro: los cinco pesos que había se utilizaban en la producción y por supuesto que no sobraba dinero para un catálogo, para un texto, para nada, porque todo lo que había y todo lo de tu bolsa ya se había ido en poder presentar la pieza. Entonces es también un problema de acceso y de cómo un sistema va dejando de lado cosas y hace que sea imposible mantenerlas.

«Expuestas, registros públicos», de Lorena Wolffer, en el programa «Mano a Mano con el General Cárdenas». Antimuseo, Ciudad de México 2011.

Antimuseo: Entonces, me gustaría saber si tú ves algún tipo de relación profunda entre todo el desarrollo de un relato del arte, que en realidad es un correlato del cambio político en México y de su entrada al mercado global, y que da lugar a una situación paradójica, porque es un relato de progreso, pero por otro lado la violencia contra la mujer se ha incrementado de una forma brutal. Y paralelamente el feminismo está ausente por completo del panorama artístico. Lo que quiero decir es que confluyen aquí una serie de circunstancias y me gustaría conocer tu visión.

Lorena Wolffer: Es que honestamente yo no creo que el feminismo haya estado jamás en el arte mexicano, empecemos por ahí. Ha habido estos esfuerzos en momentos puntuales, coyunturales entre varias artistas, pero no creo que haya sido jamás parte de lo que llamamos el arte mexicano. Vuelvo a lo que decía antes: quienes hacíamos performance en los 90 no nos insertábamos en un discurso feminista porque muchas ni sabíamos bien qué era, ni en qué habían consistido los movimientos feministas en México y en otros lugares. A la fecha existe en muchas mujeres una desinformación alucinante respecto a lo que el feminismo es. Muchas personas equiparan el feminismo con el odio a los hombres y otras ideas absurdas que nacen de una desinformación brutal, cuando el feminismo lo que planteaba entonces y ahora son una serie de cambios estructurales, en la defensa de las otras y los otros que operan fuera del sistema patriarcal, heteronormativo, binario, etc.

Y por otra parte Juárez no empezó a suceder en los 90, como dice mucha gente. Juárez empezó a denunciarse en los 90. Por lo tanto es imposible saber si estamos hablando de una violencia que apareció y no ha dejado de crecer, o si se trata de una violencia que siempre estuvo pero que en cierto momento se empezó a denunciar. Y en lo que muchas feministas insistimos es que hay muchos Juárez, lo que pasa es que allí hubo un grupo de mujeres que señalaron lo que estaba sucediendo, algunas a costa de su propia vida. Eso es algo que no ha pasado en el Estado de México, que tiene cifras iguales o peores dependiendo del mes en que lo mires.

Siempre me ubico en la legislación porque creo que las leyes hablan mucho de quiénes somos y dónde estamos. La sentencia de Campo Algodonero, el caso de las tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez que se presentó en la Corte Interamericana, es muy interesante porque señala una serie de cosas y plantea también una serie de problemáticas. Por ejemplo, señala que reconocer un asesinato es en sí una forma de reparación — como también lo hacen las Comisiones de la Verdad— pero además declara co-responsable a Estado mexicano de los crímenes; es decir, culpa a los perpetradores pero también responsabiliza al Estado mexicano. Hay un término que viene del latín, Restitutio ad integrum, que se refiere a una forma de reparación que implica que las cosas vuelvan a su estado anterior, a como eran antes del crimen o el incidente para que las y los sobrevivientes de un crimen puedas gozar de ellas. Pero en México y en estos tres casos, lo que la Corte Interamericana declaró es que no puede sentenciar una restitución de esa naturaleza pues implica regresar al estado discriminatorio y a las propias condiciones que produjeron el crimen y que es necesario cambiar la cultura mexicana.

En conclusión, en el arte, hubo una especie de señalamiento generalizado de lo que sucedía en Juárez pero muy pronto dejó de ser un tema importante. Tan es así que yo me acuerdo de entrevistas en las que me preguntaban: “¿Pero por qué sigues hablando de Juárez? Fue noticia y ya no lo es, ¿por qué la insistencia?” Y la respuesta era y sigue siendo aterradora: porque se sigue matando a mujeres. Y no procesar y no enjuiciar a nadie en la mayoría de los crímenes lo que hace es establecer un nuevo estado de las cosas, donde es permisible, aceptado, normal y natural asesinar a mujeres y niñas.

Antimuseo: Pero yo me refería más bien al contraste tan brutal que se da, y no sólo en este campo, sino en todo lo que está pasando en México, como la desigualdad, entre este desarrollo de un arte cosmopolita, que encarna una promesa de modernización y apertura de la sociedad, y la realidad que va en dirección contraria. Es un choque que visto años después lo encuentro muy sorprendente. Que todo ese impulso creativo que tuvo un impacto tan impresionante en su momento, parece que no tiene ninguna relación… Hay algo que no encaja ahí. La reflexión iba más bien en esa dirección.

Lorena Wolffer: A la fecha, no deja de sorprenderme la negativa de muchas mujeres a asumir una postura feminista, a llamarse feministas o a hablar de lo que nos sucede a las mujeres en este país. Hay una renuencia absoluta y una negación tal que lo único que me hace pensar es que forma parte del mismo mecanismo que oprima, violenta y discrimina a las mujeres; que se trata de ese mecanismo en su mejor expresión. Porque no puedo entender que artistas a quienes respeto y que producen trabajos evidentemente feministas, estén peleadas con el término o con ser identificadas como personas que abogan por los derechos de la mujeres. También hay una diferencia, creo que es importante señalarlo, entre el discurso y la realidad. Existen ciertas obras que yo leería como claros enunciados feministas y cuando hablas con quienes las hicieron, te dicen: “Ah, no, mi finalidad era puramente estética. No hay aquí un comentario de género, y por supuesto no busco que esto se inscriba dentro de una serie de conversaciones o discusiones con respecto ni al feminismo, ni al género, ni a nada que se le parezca.”

«Mírame de los ojos». Lorena Wolffer. Ex Teresa Arte Actual. Ciudad de México 2014.

Antimuseo: Esa es una situación que da globalmente, al menos en los países que yo conozco. En México es extremo, porque aquí hay un rechazo del término feminismo en muchos ámbitos, no sólo en el mundo del arte, que es quizás un mundo particularmente neoliberal, que está imbuido en esa ideología de mercado, sino en el mundo académico y en otros ámbitos me he encontrado gente que dice: “no, feminismo no”. Y respecto a lo que tú dices, efectivamente sí hay casos que son sangrientos, de obras que están entrando a determinados circuitos entendidas como feministas, y en realidad son lo contrario, en realidad son apologías de la violencia.

Lorena Wolffer: Bueno, eso también lo podríamos extender a otras prácticas, que no son sólo producidas por mujeres. Te pongo dos ejemplos. El primero es el SITAC de hace un par de años que aparentemente se centró en el feminismo sin jamás mencionar la palabra feminismo. Es un fenómeno que ilustra lo que estamos hablando muy claramente. Yo no fui porque no voy nunca, igual que no voy a las ferias de arte, simplemente porque no es mi territorio, no las entiendo y no me dicen nada. Pero el reporte de gente que conozco es que todo trataba sobre posturas feministas pero nadie jamás mencionó la palabra. ¿Cómo te armas todo un simposio alrededor de un movimiento, que además de ser absolutamente vigente y pertinente propone una serie de ideas que rebasan el género, es decir, el planteamiento en general de los sistemas de poder, cómo te lo armas para no mencionar la palabra jamás en todo el simposio? Y por el otro, de pronto se puso de moda el arte de denuncia frente a la ola de violencia en México, y el famoso término del “arte comunitario”. Yo sé que es complicado poner esto como ejemplo, pero en la Marcha por la Paz y la Dignidad hubieron una serie de personas que le plantearon a Sicilia la necesidad de separar y de entender la violencia hacia las mujeres como un fenómeno distinto de la violencia generalizada, derivada del narco y de la guerra contra las drogas. Y Sicilia y su grupo dijeron que no, que toda la violencia es la misma. Y se negaron a establecer una distinción y a tratarlo como un tema diferente, cuando yo creo que es, definitivamente, un tema distinto. Es decir, que la ola de violencia toca a la violencia contra las mujeres, claro, pero no es lo mismo. Provienen de lugares muy diferentes…

Antimuseo: Y no van a acabar de la misma manera.

Lorena Wolffer: No. Y normalizan una serie de cosas que no tienen que ver la una con la otra. Entonces para mí este planteamiento del Movimiento por la Paz y la Dignidad, lo único que hace es echarle fuego al sistema que posibilita la discriminación, la opresión y la violencia contra las mujeres. Y si analizas el slogan “Estamos hasta la madre”, yo ya no tengo nada que decir, y por supuesto que jamás me podría unir a un movimiento que defiende una serie de ideas discriminando o violentando otras.

Entonces existe ese fenómeno rarísimo cuando de pronto se empezó a producir muchísimo arte que habla de la violencia, pero una vez más es la violencia generalizada. Es lo mismo que hizo Sicilia. Vamos a hablar de la violencia, vamos a hablar de la violencia generalizada en el país, pero no vamos a hablar de la violencia de género como un fenómeno distinto. Y es volver a invisibilizarla y volver a normalizarla. Esto no se merece ni siquiera ser mencionado, con lo cual se transforma en algo normal.

Antimuseo: En los meses que llevo en México he podido constatar que hay bastantes mujeres jóvenes haciendo arte, algunas con una buena respuesta al menos desde las instituciones: Marcela Armas, Nuria Montiel, Amor Muñoz… Sin embargo el arte feminista, en un sentido amplio, es casi inexistente, salvo los talleres de Mónica Mayer, artistas extranjeras como Julia Antivilo, que creo que ya se ha ido de México, o María María Acha-Kutscher, o ya en extremo personajes muy marginales como Frida Con Todo Mi Odio. ¿Qué ocurre? Estas artistas, las que he citado, sin entrar en si su obra es mejor o peor, porque en realidad están muy bien, pero ninguna de ellas muestra la menor preocupación hacia una situación en la que yo creo que las mujeres en México vivís completamente inmersas. Porque no es lo mismo la experiencia diaria en una ciudad como Madrid que en una ciudad como México. Me sigue sorprendiendo la falta de respuesta desde el mundo del arte.

Lorena Wolffer: Yo creo que hay también una serie de sistemas de negación. Sistemas de negación entendidos no como el proceso psicológico individual, sino sistemas de un país. Creo que sucede lo mismo con la violencia hacia las mujeres lo mismo que con la violencia generalizada. Lo hablé en algún momento con una chava de Colombia que trabajaba con los grupos que se dedicaron a producir acciones en la calle como una forma de recuperar los espacios públicos. Lo que ella decía, y esto fue hace más de cinco años, era: “me alucina que en México, estando en la situación en la que están, nadie toma medidas de precaución y no se han establecido nuevos mecanismos de autocuidado y de seguridad. A estas alturas en Colombia no hacia falta que hubiera toque de queda, nadie salía a partir de cierta hora. Habíamos implementado una serie de acciones ciudadanas para cuidarnos, donde si tú salías tenías que avisar que habías llegado. Entonces no entiendo lo que pasa aquí, que están en una situación como la que estábamos allí entonces, pero todo el mundo sigue saliendo de noche y operando como si no pasara nada.” Y pasa este fenómeno tan extraño pero tan común que si no te pasa a ti, no existe. Lo brutal de la violencia en este país es que hasta que no te pasa a ti, es algo que sucede allá, que sucede lejos y que no te toca. Yo no puedo atribuir este fenómeno más que a un sistema generalizado de negación que sustenta y habilita los sistemas discriminatorios donde, entre muchísimas otras estrategias, se personaliza la violencia hacia las mujeres para que todas pensemos que es un asunto individual y no un problema político, social o cultural. Este sistema del cual estamos intentado escapar genera toda una serie de mecanismos donde a mí no me toca, a mí no me afecta hasta que no me sucede.

Este sistema opera por exclusión, pero también opera de una manera dirigida. Y pensaba que el señalamiento y castigo de quienes hemos producido obras abiertamente feministas es brutal. A mí me han acusado por ejemplo… de aprovecharme de la situación de Juárez para hacerme rica y famosa. Como si hubiera una suerte de ganancia mía, o de quienes hacemos esto, en denunciar; Entonces hay un señalamiento, una acusación. Me estoy acordando ahora de hace unos años, que vinieron las Guerrilla Girls a dar una conferencia, y estábamos a mitad de la conferencia y alguien les preguntó que por qué la insistencia, ¿Cuál es la necesidad de insistir en algo que aparentemente no es tan importante, sobre todo cuando hacer una obra feminista es tan ‘fácil’? Entonces una de las Guerrilla respondió: «¿De qué estás hablando? Hacer este tipo de obra no sólo no es fácil, sino es infinitamente más difícil que hacer cualquier ejercicio de esos que gustan y que salen en una revista de arte.» Es infinitamente más fácil operar desde esta postura que busca complacer al mercado y al estado del arte global, que estar en una especie de lucha permanente y además lanzando preguntas, preguntas que van cambiando a lo largo del tiempo.

O sea, las preguntas que yo me hacía cuando empecé con el performance, que en efecto eran cuestionamientos sobre qué significaba mi cuerpo de mujer, no son las preguntas que ahora hago.

Pero claro que sí hay un castigo, llamémosle así.

«Mírame a los Ojos». Lorena Wolffer 2014.

Antimuseo: Lo entiendo muy bien, porque yo siempre he estado marginado, porque no me ha interesado negociar de ninguna forma con los distintos estamentos que tienen poder dentro del mundo del arte, pero hay momentos que los ves muy claros. Uno de ellos, aquí, después de tomar la decisión de trabajar con los Faros en el Centro Portátil, eso ya me situó al otro lado de una línea imaginaria, y que ya es definitiva, porque ya no puedo cruzar en la otra dirección. Entonces me imagino que con el arte feminista ocurre algo similar. Si haces eso te ponen al otro lado de una línea, y esta línea sirve para que tú no vengas hacia donde se está gestionando el discurso, donde se hacen públicos los trabajos. Y quizás eso explica porque las artistas jóvenes ni siquiera saben que existe una línea con ese espacio al otro lado.

Lorena Wolffer: Para mí ese posicionamiento en el margen fue una elección y lo sigue siendo. Y como te pasa a ti, en efecto no hay retorno. Operar desde aquí implica otra serie de cosas, entre ellas la falta de visibilidad de esas otras posibilidades porque lo que ocurre es eso: que simple y llanamente no quedan registradas. Buena parte de mi trabajo de los últimos años lo vio quien estaba ahí y ya, porque es un trabajo en espacio público y no creo en la consigna de llamar a la prensa para que una pieza valga la pena.
Ahora, por ejemplo, en un ejercicio de memoria, estamos preparando una exposición para el Museo de Arte Moderno que documenta Expuestas: registros públicos, el proyecto en torno a la violencia contra las mujeres en el trabajé por alrededor de seis años. De pronto surgió la pregunta sobre cómo generar memoria: ¿cómo generar un registro de todo un proceso que en estricto sentido sólo yo vi y viví? O sea, lo vio muchísima gente pero nadie atestiguó todo el proceso. Incluso a mí me interesa ahora mirar y tratar de entender qué fue lo que hice y cómo se relacionaba una cosa con la siguiente. Y el reto, que he platicado con Sylvia Navarrete y Octavio Avendaño, la directora y el curador, es: ¿cómo hacemos para conservar el espíritu original de estas piezas? ¿Cómo hago para no traicionar el planteamiento mismo de las piezas en su tránsito a un espacio museístico? Entonces estamos encontrando, a partir de un diálogo, formas de registrar sin, sin…

Antimuseo: Sin hacer un empaque de mercancía.

Lorena Wolffer: Exacto. Pero eso es bien complicado porque además está toda la otra parte que no tiene que ver ni con posturas, ni con adjetivos, ni con defensas, que es de qué vivimos. Quién gana cuánto y de qué vivimos. Y la realidad es que yo he podido hacer lo que he hecho porque he tenido el Sistema Nacional de Creadores. Porque si no, las negociaciones que mi quehacer entraña, entre instancias que no colaboran de manera orgánica, son complicadísimas y no me reportan un salario justo para el trabajo realizado. Entonces, no sólo está el mundo de las ideas, sino que está el mundo real, que es de qué vives, y cómo comes y cómo haces para pagar tu renta. Y eso también se ve muy claramente en una postura como esta. Pues te tienes que buscar la vida de alguna manera.

Antimuseo: Eso es obvio, un artista no puede hacer ese esfuerzo de negociar entre diferentes instituciones para movilizar los recursos necesarios para producir su obra, y encima ganar suficiente dinero para vivir. No puedes hacer todo, es imposible.

Lorena Wolffer: No, y además oscilas entre que tú te estás haciendo millonaria hablando de la violencia contra las mujeres, por un lado, y después está la visión de la caridad que asume que todo trabajo activista se hace porque una es buena de corazón, es decir, mucha gente asume que no tienes porque ganar en el trabajo activista. Porque quién sabe de dónde, pero seguramente tienes un financiamiento de algún lado, que te permite sobrevivir para emprender esa lucha. Se establece una equivalencia que es aterradora, porque entonces todo lo que yo haga, o todo lo que haga cualquier persona que esté luchando por algo, por visibilizar algo, por señalarlo, pues se va a la bolsa de la Beneficencia.

Antimuseo: Creo que es la mentalidad de los países católicos, las monjitas que las mantiene la Iglesia. Bueno, la última pregunta ya no tiene mucho sentido, porque de lo que quería hablar si hay una renovación de lenguajes en el arte feminista, o en el arte que habla sobre la mujer aunque sea sin una conciencia clara de estar en posiciones feministas. Porque desde luego ya hay nuevos imaginarios sobre la mujer, hay otras cuestiones, e incluso la existencia de dispositivos electrónicos facilita la aparición de nuevos lenguajes. Por ejemplo, no sé si has visto la investigación que está haciendo María María, que no es exactamente sobre arte feminista, pero está sacando en VALF una serie de pequeñas notas sobre mujeres artistas que están abordando temas relacionados con la mujer desde perspectivas y lenguajes que no son los habituales del feminismo. Y está interesante porque por ejemplo algunas son chicas muy jóvenes en las que la sexualidad aparece de una manera que no habría sido posible ni siquiera en nuestra generación. Están ya en otro punto. ¿Hay algo así en México?

Lorena Wolffer: La verdad, tristemente no, aunque es importante aclarar que mis ligas con el arte y lo que se hace ahora tampoco están al día. Es decir, raramente voy a un performance y sólo asisto a las inauguraciones de amigos y amigas, que si no voy dejan de dirigirme la palabra. No tengo tiempo para estar al tanto de lo que está sucediendo… Pero, desde donde estoy, la verdad es que veo más estrategias interesantes afuera, afuera de México o afuera del arte. Hace unos meses vinieron Cabello y Carceller, que son amigas y de entrada, la estrategia que adoptaron al elegir un nombre que supone un anonimato de género, por ejemplo, es algo que no veo aquí. Y de pronto es mucho más interesante lo que sucede afuera del mundo del arte: Mildred García, que colaboró  en mi exposición “Mírame a los Ojos” tiene un negocio de juguetes sexuales a domicilio; en lugar de venderte una crema o el rímel, te vende un dildo. Ella entendió perfectamente lo que pasa: estamos en una sociedad católica en la que las mujeres no hablan abiertamente de su sexualidad, y para poder hablar abiertamente de la sexualidad de una mujer lo que hay que hacer es ir a la sala de su casa. Ése parece ser el lugar donde realmente se puede hablar del placer de las mujeres. En el arte no lo veo. Quizás estoy muy desconectada o quizás en efecto no esté pasando, no lo sé. Otra sitio donde veo una serie de cuestionamientos interesantes y necesarios es el de las plataformas feministas. Por ejemplo los objetos de estudio en los seminarios del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM son infinitamente más avanzados en términos de género, que cualquier propuesta de cualquier artista local que yo conozca. Además, dos de sus principales programas giran en torno a trabajar con las mujeres en reclusión y con el ejército. En Santa Martha Acatitla, el reclusorio femenil, pintan murales con las internas como un ejercicio de libertad, posibilidad y enunciación de lo que les pasa a estas mujeres. Si el sistema legal en México es miserable, es infinitamente más miserable para las mujeres: muchísimas pagan las condenas de hombres o reciben sentencias mucho mayores que los varones. La discriminación se hace brutalmente evidente en los sistemas de justicia. Así que están en la cárcel por cosas como robar un celular, cumpliendo una pena altísima. Otro asunto es que uno de los principales crímenes para el encarcelamiento de mujeres es el parricidio y los motivos son obvios: ¿por qué una mujer habría de decidir matar a su padre? Las mujeres terminan cumpliendo condenas por haber asesinado a sus violadores, mientras en caso contrario los violadores están libres. Ese trabajo del PUEG ha sido increíble. Por otro lado, tienen un proyecto a largo plazo con el ejército, dando talleres de equidad y sensibilización de género a los soldados. Si pensamos en la forma en la que México está operando en estos momentos — con el ejército realizando actividades que deberían ser exclusivas, en el mejor de los casos, de la policía, y con atributos que no le corresponden e implican una relación directa con la sociedad — con quienes hay que hablar y establecer algún tipo de conciencia de género es con ellos.

Pongo estos dos casos como ejemplos puntuales de otros lugares donde se están inaugurando nuevos diálogos, que no son los del arte. Las artistas que me interesan están relacionadas con el feminismo pero más bien operan desde la teoría queer y/o el movimiento trans, como Sayak Valencia en Tijuana y Larisa Escobedo en Cuernavaca. Lo interesante es que no operan propiamente dentro del “feminismo de las mujeres” sino que están veinte pasos adelante cuestionando quienes deben ser las y los nuevos sujetos del feminismo, que es donde estamos muchas.

«Mírame a los Ojos» en el metro de la Ciudad de México.

Antimuseo: Ya hemos agotado todos los temas que traía en mi libreta.

Lorena Wolffer: Es que este tipo de preguntas de ¿por qué?, son difíciles de contestar. Es muy complicado.

Antimuseo: Ya lo sé, es complicado, pero me interesaba porque es un panorama que si dejas de aceptarlo como algo dado, como ‘esto es México’, y punto, si dices ‘vamos a ver por qué esto es México, por qué tiene que ser así’, las contradicciones son muy fuertes. Y es muy interesante hacer la reflexión de qué pasó en los 90, qué dejó de pasar, qué está pasando ahora, porque las contradicciones son demasiado fuertes. En un país como España hay una tradición feminista, hay muchos estudios, curiosamente los curadores de arte feminista son hombres, no sé por qué, pero hay una cosa más estructurada, y ahora mismo está habiendo un resurgimiento de los debates en torno al feminismo. Pero la cuestión es que en España ha habido todo un proceso social y sí percibes un avance. Y en México hay una disociación entre artistas o intelectuales que están en cuestiones súper avanzadas, pero viviendo en una realidad en la que se han quedado cosas muy importantes, y ahí siguen. Aquí puedes tener núcleos que están en el siglo XXI, bien metidos, en todos los ámbitos, no sólo en la cultura o en política. También en la ciencia, en economía, en empresa… Tienes la Torre Mayor, y luego te vas no muy lejos y tienes condiciones de vida y de trabajo que no corresponden siquiera al siglo XX. Ese choque es sorprendente, y la poca respuesta del arte también es muy…

Lorena Wolffer: México queriendo transformarse siempre en un estado moderno… ahora está la Torre Mayor o la novedad fiscal de que los recibos y las facturas tiene que ser electrónicas. Y me pregunto cómo declara la gente que no tiene computadora, que es la mayoría de la población. Por otro lado, y volviendo al tema del arte, está el asunto del auge de propuestas que abordan la violencia pero que, la mayoría de las veces, terminan por reproducirla. Parecería que no estamos viendo los mecanismos detrás de la violencia, que nos estamos quedando solamente con la fachada, con los resultados de la violencia, pero no con sus raíces. El arte no parece estar reflejando la realidad, igual que el estado mexicano que insistentemente se dedica a negarla, por ejemplo con la Alerta de Género. Normalmente, las leyes corresponden al estado actual de las cosas; es decir, reflejan situaciones que ya son una realidad y garantizan que esa realidad continúe o se extienda a una población mayor. Creo que lo que pasa en México, con respecto a las mujeres y al género, es que las leyes existen de una manera completamente separada de la realidad. No hay una correspondencia entre la legislación y la realidad de las mujeres. Tienes esas leyes increíbles, que plantean una serie de posibilidades fantásticas, pero que no son aterrizables en la realidad de nadie. La disociación que hay ahí es brutal. Con la Alerta de Género se otorgan recursos a los Estados para que visibilicen y lancen campañas de prevención después de rebasar ciertas cifras de feminicidios y violencia. Y resulta que cada vez que se quiere pasar una Alerta se frena en todos lados, incluyendo el DF. Ese es el estado de negación al que me refería antes. Es un estado perfectamente orquestado de negación, en donde políticamente no conviene reconocer la realidad de los asesinatos y la violencia contra las mujeres. Quien está ahora como nuestro presidente es quien se negó sistemáticamente a que se pasara la Alerta en el Estado de México, una de las entidades federales con mayor índice de violencia. Ésa es la realidad; es una realidad de encubrimiento, de mandato político… Si eso sucede en esa escala, en un mundo ideal pensaríamos que el arte podría proponer alternativas, pero no, yo creo que el arte muchas veces termina alineándose con eso.

http://www.lorenawolffer.net

Lydia Garvín en la colección [M]UMoCA

Nueva entrada en la colección

Lydia Garvín

Descripción: virutas producidas al raspar plastilina prensada sobre papel en la producción de las pinturas de la serie Querer ser líquido.
Fecha: 2022 – 2023.
Medidas: variables.

Más información sobre la obra de referencia: https://lydiagarvin.com/project/querer-ser-liquido

La colección [M]UMoCA es un proyecto realizado con el apoyo del programa de ayudas a la creación y la movilidad del Ayuntamiento de Madrid.

Alfredo Aracil en la colección [M]UMoCA

Nueva entrada en la colección:

Alfredo Aracil

DESCRIPCIÓN: restos de goma de borrar, virutas de borrado y trozos de mina de grafito de un lápiz portaminas. Proviene del trabajo en la composición de las piezas musicales Promenade y Arabesque, parte ambas de una suite para violencelo. Las virutas, ennegrecidas por el grafito, contienen las notas borradas de la partitura.
Fecha: 2022.
Medidas: variables.

Más información sobre la obra de referencia: http://www.alfredoaracil.info

La colección [M]UMoCA es un proyecto realizado con el apoyo del programa de ayudas a la creación y la movilidad del Ayuntamiento de Madrid.

Apuntes de museología II: el relato del museo

Lo que nos muestra un museo, en primera instancia, no son obras de arte, sino un relato sobre el arte. Es decir, las obras se nos muestran dentro de un discurso, y no podrían ser mostradas en ausencia de éste. El acto expositivo es una forma de narración. Aunque la exposición como tecnología predominante para la socialización de las obras de arte es relativamente reciente, la mediación ha existido siempre, sea bajo la forma de la religión, con su corpus de tradiciones, dogmas y liturgias, o, siguiendo el conocido esquema de Peter Bürger1, la de las estructuras de poder del Estado absolutista monárquico. Aunque sea una simplificación, nos sirve para plantear la primera premisa de este ensayo: sólo el arte moderno y contemporáneo existe (¿o existen? ¿son dos o uno?) dentro de un discurso sobre sí mismo(s), aunque la mera posibilidad de este fenómeno, la autonomía del arte, sea tema de discusión.

Entenderemos mejor esta idea si comparamos el museo con la feria de arte, donde no hay una organización racional de las obras, que aparecen inscritas en una negociación sobre su valor de cambio. O con los antiguos gabinetes de curiosidades, antecesores de los museos modernos, que tampoco requerían una ordenación específica de sus elementos pues lo que expresaban era un capricho y la capacidad de satisfacerlo. Bennet2 señala que los museos “pre-modernos” buscaban causar sorpresa y asombro, mientras que posteriormente su finalidad será educativa.

Hay muchos estudios que abordan un análisis textual del museo, incorporando diferentes elementos y niveles narrativos:

En los museos, la aproximación textual puede implicar un análisis de las narrativas espaciales construidas por la relación de una sala con otra o de un objeto con otro, o podrían considerarse las estrategias narrativas y las voces implícitas en el etiquetado, iluminación o sonorización. (Mason, R. 2006)3

El estudio de la narratividad en las formas en que se muestran el museo o el patrimonio supone un estudio de la capacidad de la exposición para definir una ruta (material, pedagógica, estética) para el visitante, y por consiguiente para definir una lógica particular de representación, una coherencia particular, legítima y plausible por sí misma. (Silverstone, R. 1989)4

Para entender mejor la importancia del análisis narratológico del museo, podemos imaginar ordenamientos arbitrarios, o mejor dicho, más arbitrarios que lo que ya se nos ofrecen. Por ejemplo, colocar las piezas por tamaño: de la más pequeña que haya en el museo a la más grande. O por orden alfabético de los apellidos de los y las artistas, que es como aparecen en el listado de autores5 de la web de MNCARS. El Museo del Prado6 ha ido mucho más allá, y nos permite explorar las casi 20.000 piezas de su colección a partir de distintos criterios, desde el nombre del autor, al soporte, la iconografía, la ubicación (muchas piezas de la colección están en otros edificios oficiales), y hasta por el número de registro. En cualquiera de los dos casos, la responsabilidad de construir un relato queda en manos del espectador. La ruta pedagógica o estética señalada por Silverstone desaparece, dando lugar a una libertad tan radical que en realidad pocos visitantes podrían aprovecharla. Pero lo importante aquí es cuestionar la autoridad de quiénes asumen la tarea de definir rutas y limitar la libertad de construir relatos alternativos.

Por lo tanto los museos, a través de la exposición de determinadas piezas de su colección, construyen un relato sobre la historia del arte. Pero se trata de una premisa problemática, porque la historia del arte ha resultado ser una ciencia muy deficiente para explicar la complejidad de la creación visual. En la década de los ochenta los estudios visuales abrieron el campo e integraron diferentes disciplinas que se hacían necesarias para transcender la historiografía tradicional del arte, concebida como una sucesión de estilos, representados por sus máximos exponentes, los “genios”, y siempre dentro de la civilización occidental. La proliferación de la imagen que el desarrollo tecnológico ha permitido, desde la fotografía a Internet, plantea diversos desafíos a la noción tradicional de la historia del arte. Es difícil determinar con precisión la diferencia entre obras de arte y otro tipo de imágenes. Para Buck-Morss las primeras se producen por medio de la intervención activa de un sujeto, el artista, y su intencionalidad es representar, mientras que la imagen, nunca del todo definida, “toma la intencionalidad del objeto, como su trazo material e indicial”7. Ofrece evidencia. Aunque las ideas de Buck-Morss sobre la obra de arte son discutibles, la cuestión es relevante tanto para el museo de arte contemporáneo como para la creación artística, que en muchos casos ha hecho de esa ”wandering image”8 (imagen errante) el contenido de la obra.

Si la imagen puede llegar a constituir una esfera pública (Buck-Morss pone como ejemplo la difusión de imágenes contra la guerra en 2003, ante la invasión de Irak9 por los EEUU; ahora podríamos reflexionar sobre los memes y su viralización), ¿qué papel le queda al museo? ¿Puede competir con una esfera pública mucho más democrática y vital que la que ofrecen sus salas? Lo cierto es que el museo de arte sigue atado a esa categoría del objeto artístico, valga la redundancia. Al original hecho por el artista, con plenas garantías de su autenticidad. De hecho el museo produce una objetualidad específica. Ir más allá de este tipo de objeto pone en cuestión al museo. Los curadores juegan con fuego cuando asumen el papel del artista como productores de arte, cuando intentan consumar la transformación de la “imagen errante” en obra de arte. Sólo hay que ver el pobre resultado de la sala dedicada al 15M en “Éxodo y vida en común” (el octavo episodio de Vasos Comunicantes10), donde las pancartas de los manifestantes de 2011 se presentan como arte, sin que haya una explicación de cómo han llegado a ese estatus. Porque el artista siempre aporta esa explicación, incluso cuando su trabajo consista sólo en la apropiación de determinadas imágenes dentro del flujo incesante de los medios. Para el artista nunca es un acto arbitrario o improvisado, sino el resultado de un largo proceso creativo. Si el curador, por el puro ejercicio de poder institucional, pudiese transformar en arte cualquier imagen, el museo estaría cambiando la racionalidad de su discurso por la magia. La necesidad de la autoría y la autenticidad se mantiene en la nueva museología, y el documento se incorpora como una nueva categoría con un dispositivo de exposición propio: la vitrina.

La historia del arte presupone además una temporalidad lineal o, para ser más exactos, acumulativa. En otro capítulo discutiremos el término “contemporáneo”, del cual parece que no podamos escapar. Es frecuente que en las exposiciones se pongan a “dialogar” piezas de diferentes épocas. Es algo que funciona bien, aunque llevado a extremo, una organización temática en vez de cronológica plantearía problemas muy similares a los que enseguida vamos a analizar. En Vasos Comunicantes se ha intentado llegar a un punto de equilibrio entre lo histórico y lo temático: los ocho “episodios” se nos presentan como temáticos, pero están anclados en la historia. Y dentro de ellos hay ocasionales disrupciones del hilo temporal. En este sentido hay que decir que el concepto es muy bueno, aunque la realización adolezca de falta de rigor y se echen de menos apuestas más arriesgadas. El crítico Carlos Jiménez también ha destacado esta concepción postmodena de la historia y su aplicación a la ordenación de las obras en el MNCARS:

En esta taxonomía borgiana [los ocho episodios de Vasos Comunicantes] gravita evidentemente la concepción posmoderna de la historia como la de un relato sugestivo que puede ser reescrito a voluntad y que a la temporalidad lineal de las historias clásicas opone el uso de los anacronismos, los ritornelos y las yuxtaposiciones del pasado y del presente o las intromisiones de un período histórico en otro. Podría ser calificada de “vanidad de autor” o de “licencia poética”, lícitas en el caso de un curador de una exposición de arte contemporáneo pero inadmisibles en el caso del director de un museo nacional que no puede tomarse a la ligera las clasificaciones y periodizaciones históricas comúnmente aceptadas.11 

Las narrativas se basan en relaciones de causa-efecto que se aplican a secuencias de eventos, según nos explica Fludernik en su introducción a la narratología12. Expresado en otros términos, el director de cine Joseph Mankiewicz decía que la diferencia entre la vida y las películas es que un guión debe tener sentido, y la vida no. Con los museos pasa algo parecido: en ellos las obras de arte deben tener sentido, no sólo por sí mismas, sino en su conjunto, como exposición, como una totalidad simétrica al discurso. Eso es también lo que pretende la historia del arte. Pero la creación artística es un mundo regido por el caos. En él caben la contradicción y la incoherencia, como caben en nuestras vidas. El arte lo hacen sujetos con distintas posiciones en la cultura y el mundo. Y la única regla buena es aquella que se rompe. La relación causa efecto hay que revisarla con cuidado, la mayoría de las veces es una contribución del historiador. Por tanto, hay una tensión insalvable entre la realidad de la creación y los límites de la institución.

El museo de arte anterior al siglo XX se acomodaba con facilidad al principio de causa-efecto, porque mostraba el progreso de los estilos dentro de ese concepto lineal-acumulativo del tiempo, como ya hemos señalado. Incluso hay casos en que su arquitectura replica la noción progresiva de la historia, como la Alte Pinakothek de Múnich. Creo que todos los museos de arte anterior a la Vanguardia siguen ordenados de esta manera, aunque sepamos que es un relato simplificador. Para los museos de arte moderno-contemporáneo la cuestión se complica.

En primer lugar su punto de partida es una crisis de los sistemas de representación. Crisis que no cesa, que se expande en todas direcciones. ¿Cómo sistematizar el relato sobre un arte que se entiende a sí mismo como negación del relato? ¿Cómo unificar en un mismo relato posiciones que son excluyentes entre sí? ¿Qué hacer con los artistas que no practicaron ninguna forma de ruptura vanguardista, pero han acabado teniendo un espacio propio en la historia? Podría ser el caso de Sorolla en España. ¿O cómo rellenar los vacíos que han quedado en el camino? Sería el caso de una presunta vanguardia española en el primer tercio del siglo XX, que se nos presenta como perfectamente integrada en la historia del arte occidental, gracias a la terna Dalí-Miró-Picasso, pero que en realidad no existió.

En segundo lugar, el panorama artístico es cada vez más diverso y fragmentario, dando lugar a una situación en la que la relación causa-efecto deja de funcionar. Este es un signo de nuestros tiempos y lo considero positivo: una sociedad diversa produce una cultura diversa. Hay un grado de simultaneidad y de contradicción con el que debemos convivir. Ahora todo es plural. En su caso, serán causas y efectos múltiples, poco susceptibles de verse reducidos a una sola narrativa. De hecho éste es el motivo de la crisis del museo a final del siglo XX: la necesidad de incorporar la diversidad multicultural del mundo postcolonial. En el museo del siglo XIX el motivo de la exclusión era claro y se basaba en dos sencillas maniobras: la contraposición entre alta y baja cultura y entre arte europeo y artesanías indígenas. Pero en el museo de arte contemporáneo la exclusión se experimenta como un acto de violencia contra creadores individuales o colectivos que no encajan en las ineludibles restricciones de la narrativa que se esté aplicando. Esto explica la virulencia en las críticas de muchos artistas a la línea de trabajo de Borja-Villel en el MNCARS: las exclusiones que produce su relato se nos muestran como un acto de poder, un puro ejercicio de autoridad. Pero el relato ya no se puede imponer desde la autoridad epistémica del “agente expositor” (enseguida veremos qué es esto). Nuestra era exige la convivencia de múltiples relatos, y cuanto más se esfuerce el museo en construir una narrativa precisa, bien razonada, más elementos van a quedar sometidos a esa violencia institucional.

Carlos Jiménez, en el artículo antes citado, también señala el uso de esta especie de “nuda autoridad” en las inclusiones y exclusiones del museo:

Borja Villel confunde ambos planos [política de adquisiciones y exposiciones temporales] cuando incluye en Vasos Comunicantes artistas y obras de escaso o nulo reconocimiento en el mundo del arte que, por lo tanto, deben esperar para obtenerlo y ganar así su derecho a ingresar en las colecciones del museo. En cambio, excluye a artistas que sí pueden acreditar dicho reconocimiento.13

Volviendo al análisis narratológico, otro elemento esencial en toda narración es la persona que habla. En el caso del museo, identificaríamos intuitivamente al narrador con el curador, pero las cosas son un poco más complejas. Mieke Bal, en Double Exposure14, recurre a una imagen muy sugerente: El Festín de Baltasar, de Rembrandt. Es una escena bíblica. Baltasar, rey de Babilonia, celebra un banquete en el que se usan los cálices y cuencos robados del Templo de Jerusalén por su antepasado Nabucodonosor. De pronto una mano aparece en el aire y escribe un enigmático mensaje en el muro. Así es como aparecen las obras de arte en las paredes del museo. La relación que se establece entre los visitantes del museo y el narrador tiene algo de sobrenatural. El agente expositor, como lo llama Bal, actúa desde la autoridad, una autoridad epistémica incontestable.

La agencia expositora representa al sujeto del comportamiento semiótico en el que prevalece el uso constantivo15 de los signos. Incluye prácticas como el uso constantivo del lenguaje, el señalamiento visual (mostrar en sentido estricto), alegar ejemplos, presentar argumentos sobre la base de la narrativa, mapear, desvelar. Está ligado a sujetos e incrustado en estructuras de poder. Sólo aquellos que están investidos de autoridad cultural pueden ser agentes expositores. Porque sólo tales sujetos son capaces de dirigirse a una audiencia, rutinariamente, numerosa y anónima para el agente.

Pero este agente no es una persona a quien podamos dirigirnos, o que podamos imaginarnos. Es un ente abstracto, porque se identifica con la institución y el poder que la respalda. Es la institución quien nos dice “mira” (un uso performativo del lenguaje) y nos describe lo que estamos viendo. De hecho, el narrador es invisible16. Esto plantea un problema difícil de resolver para los museos y centros de arte contemporáneo: la comunicación es asimétrica. El discurso es monológico. El agente expositor se dirige desde su autoridad a una masa anónima, carente no sólo de rostro, sino de agencia, de identidades propias, de historia. Todo lo contrario de lo que se pretende defender en las corrientes museológicas actuales. No está prevista la posibilidad de la discrepancia. La exigencia de una actitud dialogante e integradora con la sociedad choca con las estructuras más profundas de la institución y es imposible invertir los términos. Sólo se llega a los gestos, actos simbólicos sin contenido real, como los picnics en el patio del MNCARS o el huerto urbano en el CA2M, que escenifican la interacción de la sociedad con el museo, pero sin ceder ni un ápice del poder y la autoridad que son su esencia.

Sobre este problema se suma otro más complejo: el museo nos propone un relato que da sentido a las obras expuestas (y también a las ocultas en el almacén y las excluidas en las adquisiciones, claro). Este relato, como hemos visto, se basa en la historia del arte, pero por necesidad se abre a los estudios visuales y a interpretaciones ideológicas de la cultura, con el fin de alcanzar una legitimación más allá de lo artístico, un compromiso moral con la realidad. Pero el relato expreso no está solo. Otros relatos menos evidentes lo acompañan e incluso pueden contradecir las tesis del curador. Y también sería interesante analizar otros elementos narrativos y paratextuales que se despliegan en el Reina Sofía, desde la división en “episodios” a los planos de cada planta o los textos de mediación, pero excede el marco de estos apuntes. En cuanto a estos subtextos o relatos implícitos, son los que esconden una ideología, que no necesariamente va a coincidir con la enunciada en los textos curatoriales. Tony Bennet, por ejemplo, pone el foco en el orden invisible que se hace “presente” en la exposición:

Las colecciones sólo funcionan (…) para aquellos que estén en posesión de las formas de ver adecuadas, que están socialmente codificadas (…) que permite permite no sólo “ver” los objetos en exposición, sino “ver a través” de ellos par establecer una comunión con lo invisible que invocan.17

Como consecuencia de la anterior premisa, llegaremos a la conclusión de que:

…los individuos necesitan adquirir competencias específicas para percibir los significados invisibles, pero estos son un producto mutable de las relaciones entre las prácticas de los centros de arte, las categorías discursivas que pone a su disposición la teoría del arte, los medios por donde estas circulan, y las formas de enseñanza y familiarización artística en las instituciones educativas.18

Mieke Bal se refiere, en otro plano distinto, a la separación entre el objeto y el sujeto, que considera el dogma principal de la epistemología moderna.

Éste es también es el problema de mirar, y la base gracias a la cual la exhibición es posible y se percibe como relativamente poco problemática. Determina las actitudes, decisiones, visiones y posiciones que los profesionales de los museos y, por extensión, todos los agentes culturales implicados, adoptan antes de los actos expositivos.19

El análisis en este sentido es interminable. En el artículo que publiqué en noviembre de 2021 comentaba la sorpresa que me había causado ver a tres artistas-mujeres-peruanas en la misma sala. Seguramente el curador pensó que estaba realizando una audaz maniobra decolonial, pero lo cierto es que lo único que consiguió es acentuar sus otredades, produciendo el efecto contrario, porque, como dice Homi Bhabha en su texto de Les Magiciens de la Terre, al invocar al “otro”, “éste pierde su facultad de significar, de negar, de instaurar su deseo, de forjar su signo de identidad, de imponer su discurso institucional y oposicional”.20

La exposición Les Magiciens de la Terre intentó, sin éxito, superar las contradicciones del museo en cuanto a la forma de exponer arte como alta cultura y heredero de la tradición occidental, y lo que llamaremos, de forma muy vaga, las artes de los pueblos indígenas. Desde entonces ha corrido mucha agua21, pero el problema no está resuelto en ningún plano. Quizás los conflictos detonados en la última Documenta tienen que ver con la incapacidad de la institución cutural para superar su marco definitorio. Y al hilo de esta idea, podemos cuestionarnos también la necesidad de un autor para las obras de arte, así como la exigencia de autenticidad de los objetos expuestos en los museos. ¿Cambia la experiencia estética, lo que quiera que esto sea, si lo que estamos observando es una copia? Y con mayor motivo en el caso de esos documentos originales que se nos muestran guardados en vitrinas. Quizás Vasos Comunicantes debería haber sido un libro, no la exposición permanente de la colección.

También asumimos que las obras expuestas en un museo de arte, si son auténticas y únicas, tiene un gran valor económico. Por tanto, el museo juega un papel importante en la patrimonialización de la cultura. Debemos entender cuál es su posición en el mercado del arte y cuál es su relación con los llamados “major collectors”, los coleccionistas con capacidad económica para institucionalizar sus colecciones. Una sencilla investigación de campo nos proporcionaría mucha información sobre el verdadero lugar que el museo ocupa en el sistema del arte: ¿de las adquisiciones anuales, cuántas se hacen a galerías de arte y cuántas a artistas, sin intermediación de agentes comerciales? ¿Cuántas en ferias de arte? ¿Cuántas por convocatoria pública y cuántas a partir de una preselección del equipo del museo o del correspondiente comité? Por ejemplo, la reordenación de la colección, Vasos Comunicantes, se presenta con un texto lleno de intención política

El Museo Reina Sofía cambia su Colección con la voluntad de ofrecer narrativas y experiencias que, sin pretenderse exhaustivas ni categóricas, nos hablen del momento presente mediante el estudio crítico del pasado común. Y lo hace desde el compromiso con su tiempo y su inscripción en un ecosistema diverso y plural, que va del barrio a lo global, y que se encuentra atravesado por tensiones y problemáticas de diversa índole.22

El análisis de la estructura de las adquisiciones que hemos esbozado más arriba nos daría como resultado un discurso contradictorio, porque finalmente estaríamos hablando del arte como un fenómeno de mercado, gestionado por una iniciativa privada de carácter empresarial, pero bajo un enunciado del museo como espacio de lo común, de regeneración social y de pensamiento crítico. Si extendemos el análisis a la Fundación Museo Reina Sofía23, creada para facilitar las relaciones del museo con un selecto grupo de multimillonarios, con una modalidad de depósito de obras de propiedad privada en el museo, la contradicción entre este tipo de discurso y la práctica crecerá exponencialmente. Por supuesto las implicaciones económicas y laborales del museo se invisibilizan en el relato expositivo:

…que las divisiones organizativas de especialización entre adquisición, colección, exhibición, aprendizaje y marketing, que están naturalizadas, sirven cada una como mediadoras diferenciales en las redes de las relaciones capital-trabajo de valor cultural, y que el museo de arte participa por tanto en un campo más amplio de valores de mercado, y esto, en las prácticas del museo de arte, no es visible para los visitantes. (Dewdney, Dibosa, Walsh, 2013)24

Vasos Comunicantes tampoco aborda ninguna de las cuestiones que hemos mencionado a lo largo de este ensayo: la posición del narrador y su autoridad epistémica, la objetualidad artística y sus límites, el orden racional, social y político escondido tras esa “ineluctable modalidad de lo visible”, que diría Joyce, ni otras que trataré en los siguientes capítulos, como la naturaleza disciplinaria del museo, su relación con la industria global del turismo, o la institucionalización como nueva forma de dominación sobre la creación artística, que quizás sea uno de los lugares donde más urge descolonizar.

Por último, quiero destacar un aspecto importante en la narrativa del museo. Y es que el museo de arte contemporáneo del presente habla, ante todo y sobre todo, de sí mismo. El relato que nos muestra no es sobre el arte, tampoco sobre la historia, sino sobre sí mismo. Quizás haya asumido la autorreferencialidad de la neovanguardia, pero no habla desde una perspectiva auto-crítica, que es la única manera razonable de hablar de uno mismo, sino en tono apologético. El museo heredero de la nueva museología nos bombardea con enunciados sobre sus muchas cualidades, expresadas con cierta torpeza a través de una abundancia de adjetivos, que tienen como fin convencernos de su naturaleza virtuosa y adormecer nuestra capacidad crítica. La finalidad de toda narrativa del poder es ocultar sus mecanismos de opresión. Así el espectador entra al museo convencido de sus bondades y ciego ante sus estrategias de dominación, como antaño entraban los fieles a la iglesia.


[1] Bürger, Peter. Theory Of The Avant-Garde. Manchester University Press 1984.
[2] Bennet, T. The Birth of the Museum. Routledge 1995. Pg. 2.
[3] Manson, Rhiannon. Cultural Theory and Museum Studies. En Macdonald, Sharon. A Companion to Museum Studies. Blackwell 2006. Pg 26.
[4] Citado por Manson, Rhiannon, ibídem.
[5] https://www.museoreinasofia.es/autores
[6] https://www.museodelprado.es/coleccion/obras-de-arte
[7] Buck-Morss, Susan. Visual Studies and Global Imagination. Papers on Surrealism. Issue 2. 2004.
[8] Ibídem: …the contemporary practices of the many artists, globally, who have made the wandering image the very content of their work.
[9] El archivo del Antimuseo conserva unas doscientas imágenes contra ala guerra difundidas por Internet en aquellos momentos.
[10] Vasos Comunicantes es la exposición permanente de la colección del MNCA Reina Sofía.
[11] Jiménez, Carlos. Vasos comunicantes, una revisión crítica. http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/8/1/2022?rq=Jim%C3%A9nez
[12] Fludernik, Monika. An Introduction to Narratology. Routledge 2009
[13] Jiménez, Carlos. Obra citada.
[14] Bal, Mieke. Double Exposures. Taylor and Francis. Edición de Kindle.
[15] Un enunciado constantivo nos presenta una situación que puede ser verdadera o falsa. Se contrapone los enunciados performativos, que expresan una acción. La exposición es en principio un enunciado constantivo, pero cuidado, porque esconde también otro performativo: nos exige mirar.
[16] La hiperpresencia de Borja-Villel, constituido en una figura mítica superior a la institución, sería materia de un estudio psicológico, antes que museológico.
[17] Obra citada
[18] Obra citada
[19] Obra citada.
[20] Bhabha, Homi. Hybridité, hétérogénéité et cultura contemporaine. Las Magiciens de la Terre. Catálogo. Editions du Centre Pompidou. Paris 1989. pg 24.
[21] Sería interesante hacer un análisis comparativo de Les Magiciens, Cocido Crudo, la revisión de Les Magicienes de 2014 y bienales como La Habana o Dakar.
[22] Folleto descargable: https://www.museoreinasofia.es/sites/default/files/vasos_comunicantes.pdf
[23] https://www.museoreinasofia.es/museo/fundacion
Para asomarse a los abismos que puede albergar esta fundación, recomiendo este artículo de Elena Vozmediano: https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/y_tu_que_lo_veas/20221108/mecenas-golden-visa-artistica-steinbruch/717048299_12.html
[24] Dewdney, A., Dibosa, D., Walsh, W. Postcritical Museology. Routledge 2013. Pg 14.